29 oct 2011

Mitología Griega

Cómo hacer el Trabajo de Mitología Griega:

Aquí están todos los mitos para realizar el trabajo. La mayoría de los mitos son para grupos de dos personas, pero hay algunos que por ser más extensos son para tres personas.

-Os recuerdo el proceso:

1. Elige a un compañero para realizar el trabajo y seleccionad dos o tres mitos que os gusten, porque la adjudicación de los mitos será por orden de lista y tenéis que tener preparada una alternativa en caso de que alguien os coja el mito que queríais.

2. Como hay algunos mitos que son más largos cabrá la posibilidad de hacer 4 grupos de tres personas, los grupos de tres personas tendrán que elegir uno de los 4 mitos que están en azul, lo mejor es que ordenéis esos mitos por orden de preferencia por si otro grupo se os adelanta a la hora de ir adjudicando mitos por orden de lista.

3. Elabora una cartulina con tu pareja o tu grupo donde se explique el mito, y que incluya imágenes en color sobre el mito para que la cartulina quede lo más llamativa posible.

4. Recuerda que en la exposición NO PUEDES LEER. Teneis que contar el mito como si le contaras a un amigo una película que viste anoche.

5. Hay mitos que son muy largos por lo que tendréis que resumir bastante su contenido para poder exponerlos en clase.

6. Para la exposición o presentación de vuestro mito podéis usar un powerpoint, disfrazaros, hacer un pequeño teatro, usar marionetas, juegos etc.

7. La exposición de las parejas no pueden durar más de 5 minutos, la de los grupos dispondrán de más tiempo (10 minutos aproximadamente).

8. El profesor pasará lista preguntando a cada alumno cuál es su pareja o grupo, y el mito elegido. De esa forma se irán asignando los mitos y la pertenencia a los grupos. Una vez que se hayan constituido los 4 grupos el resto tendrá que organizarse por parejas.

A continuación la lista de mitos: En azul los que son para grupos de 3 personas.

1.
El Mito de la Primavera.
2. Eros y Psique.
3. Damón y Pitias, un mito sobre la Amistad.
4. El Carro del Dios Sol.
5. Píramo Y Tisbe.
6. Apolo y Dafne.
7. Orfeo y Eurídice.
8. Narciso y Eco.
9. Pigmalión y Galatea.
10. Andrómeda y Perseo.
11. El Ciclo del Minotauro.
12. Los Trabajos de Hércules.
13. Los Dióscuros: Cástor Y Pólux.
14. El Viaje de los Argonautas.
15. El Ciclo Troyano: La Ilíada.
16. El Ciclo de Ulises: La Odisea.

-A continuación encontraréis la narración de los mitos:

1. El Mito de la Primavera:
Deméter, una de las diosas más antiguas y veneradas de la mitología griega, fue la divinidad que enseñó el arte de la agricultura a la humanidad y que proveía de fecundidad y de vida a la tierra y a las cosechas. Gracias a esta diosa las semillas germinaban en el regazo de la madre tierra, el trigo maduraba y los árboles daban su fruto para que los hombres pudieran alimentarse.
Esta diosa de carácter sereno, benigno, y pacífico tuvo una hija con Zeus llamada Coré, palabra que en griego significa “doncella” o “muchacha”. Coré era una muchacha hermosa y encantadora que se mantenía alejada de los asuntos de los grandes dioses dedicándose a recolectar flores y plantar semillas, hasta que una mañana en la que la joven diosa se encontraba como tantas otras recogiendo flores en un bosquecillo cercano a las claras aguas de la fuente de Pergo, en Sicilia, fue captada por la mirada de Hades, el dios invisible, soberano del mundo de ultratumba. Coré bromeaba con las ninfas sobre cuál era la flor más hermosa para hacerse una guirnalda con la que adornar su pelo, mientras los atentos ojos de Hades la seguían y la deseaban. Hades aunque no era un dios malvado, era una divinidad bastante triste, oscura y misteriosa, aunque señor todopoderoso de un importante reino como era el mundo de los muertos, no resultaba nada atractivo para ninguna joven ya fuera diosa o mortal, por lo que el dios del averno continuaba sin esposa.
Cuando Hades contempló a la joven e inocente Coré, al instante se quedó prendado de ella, se enamoró y decidió conseguir por la fuerza lo que nunca habría logrado por la persuasión, de tal modo que decidió raptarla y llevársela con él al inframundo.
Hades gritó con fuerza y de repente una gran grieta se abrió en la tierra aterrorizando a todas las ninfas que acompañaban a Coré, el dios de los muertos apareció montando majestuosamente en su carro tirado por fieros corceles negros e irrumpió en el lugar vociferante y dando latigazos sobre sus caballos hasta que logró atrapar a Coré subiéndola en el carro pese a sus gritos de desesperación pidiendo auxilio a sus compañeras y a su poderosa madre, pero todo fue en vano, los caballos se giraron y se precipitaron hacia el interior de la tierra a través de lagos hirvientes que desprendían fumarolas con olor a azufre, y Hades desapareció con la diosa doncella como una sombra invisible que fuera tragada por las entrañas mismas de la tierra.
Una vez en el mundo de los muertos, Hades desposó a Coré, convirtiéndola en la reina del inframundo y su nombre fue cambiado por el de Perséfone, “la que lleva la muerte”, obligándola a sentarse en el trono junto a Hades y a convertirse en la nueva reina de un mundo de misterios y tinieblas.
Su madre mientras tanto en la tierra comenzó a buscarla desesperadamente por todos los extremos del mundo. Vagaba sin descanso día y noche alumbrándose con dos antorchas de pino que no cesaban de arder preguntando a hombres y dioses por el paradero de su hija amada, Coré, la de la dulce sonrisa. Pero nadie le respondía por desconocimiento o por miedo de incurrir en la cólera del poderosísimo dios de ultratumba. La desesperación y la angustia atenazaban cada vez más el corazón de la diosa hasta que ésta llegó a la isla de Sicilia donde encontró entre la hierba el cinturón de su hija y vio las flores esparcidas y pisoteadas con violencia. En ese instante poseída por la desesperación y la furia Deméter desató su poder divino y maldijo a la tierra que no había sabido proteger a su hija, llena de rabia y de furia calificó a la tierra de ingrata e indigna de recibir su don, el poder de producir y generar cosechas. Al instante Deméter hizo que toda la tierra se transformara al retirarle sus bendiciones, los árboles perdieron sus hojas, las mieses del campo se marchitaron, el cielo se cubrió de nubes grises, los ríos y los lagos se helaron, las flores desaparecieron, ni se vieron crecer más hierbas. Los animales empezaron a bramar de hambre y ni siquiera los hombres encontraban forma de procurarse alimentos y mucho menos de cultivar. Un viento helado se propagó por toda la tierra como una maldición de muerte, y nada ni nadie podía contener la cólera y el dolor de la diosa que había perdido a su hija y cuyo poder amenazaba la continuidad de la vida y el orden cósmico mismo del universo.
Apolo al dios de la luz al que nada se le escapa, al contemplar desolado el erial en el que se había convertido la tierra, no dudó en dirigirse a Deméter para informarla del paradero de su hija y de lo que había sucedido. Entonces Deméter no dudó ni un instante en ascender hasta el Olimpo para postrarse ante el todopoderoso Zeus y rogarle con estas palabras:
“¡Oh Zeus, vengo a rogarte que salves a nuestra hija Coré! Después de haberla buscado durante mucho tiempo, por fin he sabido dónde se encuentra, Hades la ha raptado y quiere tenerla para siempre consigo en el Averno. Pero tú, que además de ser el padre de los dioses y de los hombres eres el supremo custodio de la justicia, libera a Coré, a fin de que no pueda decirse que la hija de Zeus tiene a un ladrón como esposo.”
Así fue súplica apasionada de Deméter, a lo que Zeus desde su trono celeste le respondió: “Deméter, también yo amo a Coré, puesto que soy su padre, y me preocupa mucho su suerte, pero, si queremos ver las cosas tal como son y dar a los hechos su valor justo, es posible que este rapto no sea una afrenta contra ti, sino el signo de un verdadero amor. Además, no olvides que Hades es también nuestro hermano y un dios casi tan poderoso como yo. Por todo ello creo que podríamos considerar deseable el matrimonio de nuestra hija con él. Sin embargo, comprendo tu dolor al ver la forma en la que te ha sido arrebatada nuestra hija, y por esta razón, si quieres que esta unión no sea llevada a cabo y que Coré regrese con nosotros lo haré con una condición, que no haya probado ningún alimento del Averno. Desde tiempos inmemoriales las parcas tienen establecido que quien haya probado cualquiera de los frutos que allí crecen, no pueda volver del reino de los muertos.
Así pues Deméter se aferró a esta última esperanza de volver a conseguir a su hija, pero el Hado no fue benévolo con ella, Coré, paseando por uno de los muchos jardines cultivados de la mansión de Hades sintió una gran sed, y creyendo no ser vista por nadie cogió una granada de un árbol y mordió siete granos, pero el malvado hijo de la ninfa del averno, Ascálafo la vio y la delató privándola así de cualquier posibilidad de regreso a su hogar con su madre.
Pero finalmente el magnánimo Zeus apiadándose del desventurado destino de su hija y pensando también en el terrible destino que le aguardaba a la tierra, a la humanidad y a todas las criaturas que habitaban en ella si Deméter no consentía en devolver la vida y la fertilidad a los campos decidió que durante seis meses Perséfone debería vivir junto a su esposo Hades en el averno, y durante la otra mitad del año podría volver junto a su madre y disfrutar de cálida luz del sol. Y desde entonces la naturaleza sufre la misma suerte que la diosa Perséfone: durante seis meses permanece prisionera de las oscuras fuerzas del otoño y del invierno, y durante los otros seis meses vuelve a vivir cálida y lozana bajo el cielo sereno de la primavera y el verano.
El significado de este mito es por tanto bastante claro y poético, las vicisitudes de la hija de Deméter hacen pensar en el de las semillas durante el período de su incubación subterránea, (tengamos en cuenta que Deméter es la diosa de las cosechas), y su regreso a la tierra representa la germinación de las plantas durante la primavera. Con lo que este mito intenta explicar también el cambio de las estaciones.
El símbolo de las vicisitudes del campo y de la agricultura en el proceso del ciclo de la vida y de la muerte a través de la siembra y la germinación de las semillas, es compartido por otros muchos pueblos con mitos similares como es el caso de los hititas, los egipcios, los babilonios, los hindúes, polinesios, indios y asiáticos con mitos similares en los que se explica cómo la aparición y desaparición de algún dios explica el proceso de la agricultura de muerte y resurrección, que más tarde se extrapolará al sentido mismo de la vida humana, comparada esta con la de un vegetal más que nace de la tierra, germina, florece, da su fruto y vuelve a la misma tierra de la que nació para volver a germinar mediante la resurrección, un esquema que se mantiene perfectamente en el misterio del cristianismo, que no haría más que reproducir este mismo esquema o ciclo de vida, muerte y resurrección con la promesa de una vida eterna, o en el budismo con la idea cíclica de la reencarnación de la que se pretende escapar a través del nirvana o iluminación.
2. Eros y Psique.
Cuenta la mitología griega que un poderoso rey de Anatolia tenía tres hijas, de las que Psique era la menor y la más hermosa. Afrodita la diosa de la sensualidad, celosa de la belleza deslumbrante de Psique, envió a su hijo Eros, el dios del amor, para que le lanzara una flecha de oro oxidado, que haría que Psique se enamorara perdidamente del hombre más horrible y ruin que encontrase. Sin embargo, Eros nada más verla, al contemplarla, se quedó completamente prendado de ella y en esta ocasión el cazador terminó cazado, de tal forma que en lugar de seguir las instrucciones de su madre, lanzó la flecha de oro oxidada al mar, y cuando la hermosa e inocente Psique se durmió, Eros se la llevó volando hasta su palacio divino.
Para evitar la ira de su madre, Eros retuvo a Psique en su palacio y sólo la visitaba de noche, oculto en los velos de la oscuridad para mantener el anonimato, y le prohibió a Psique cualquier pregunta o interrogatorio a cerca de su identidad secreta. Cada noche, la pareja de enamorados se amaban en la oscuridad, hasta que una noche, Psique le confesó a su amado que echaba de menos a sus hermanas y que desearía verlas. Eros aceptó, pero también le advirtió de que sus hermanas querrían acabar con su dicha, y que su hermosa historia de amor podría correr peligro.
Psique insistió y a la mañana siguiente, visitó a sus hermanas quienes no tardaron en preguntarle movidas por la envidia a cerca de la identidad misteriosa de su marido, ese hombre maravilloso que la había alojado en un palacio de ensueños cuyas caricias y atenciones mimaban cada uno de sus anhelos pero que mantenía su rostro en secreto. Psique, incapaz de explicarles cómo era su marido, puesto que no le había visto nunca, titubeó y les contó que era un joven que estaba de caza, pero finalmente terminó por decirles la verdad a sus hermanas y confesó que no sabía quién era realmente.
Las hermanas de Psique movidas por la curiosidad no tardaron en convencerla de que descubriera la identidad de su amado encendiendo una lámpara de aceite a media noche mientras éste durmiera, pues sospechaban que ese hombre tan misterioso bien podría ser un monstruo cuya verdadera apariencia sería tan horrible que tendría miedo de mostrarse tal cual era ante su amada. Aterrorizada por esta posibilidad Psique siguió el consejo de sus hermanas y ya en el palacio y en compañía de Eros decidió encender una lámpara para conocer la identidad de su marido, con la mala suerte de que una gota de aceite hirviendo cae sobre la cara de Eros dormido que al momento despierta y abandona decepcionado a su amante no sin antes pronunciar la máxima de “La desconfianza no tiene cabida en la casa del Amor”.
Cuando Psique se da cuenta de lo que ha hecho, ruega a Afrodita que le devuelva el amor de Eros, pero la diosa, rencorosa, le ordena realizar cuatro tareas, casi imposibles para una mortal, para poder recuperar el corazón herido del dios del Amor. El último de estos trabajos consistía en buscar un cofre en el Hades, el mundo de los muertos, una vez allí Perséfone la diosa de ultratumba le entrega el cofre solicitado por Afrodita no sin antes advertirle de que sólo la diosa del amor y la belleza puede abrirlo, pero una vez más Psique cae en las garras de la curiosidad, tentada por el poder que podría ocultarse en aquel cofre y decide abrirlo, al abrirlo descubre que en su interior se encuentra el sueño eterno, y al instante Psique cae en la hierba para permanecer dormida por toda la eternidad, pero Eros, apiadado de los interminables esfuerzos y las limitaciones de la pobre mortal, termina por rescatarla y resolver la situación despertándola (quién sabe si con un beso) y promoviendo la reconciliación entre su amada y su madre quienes a partir de ese momento permanecerían junto a Eros en el Olimpo por toda la eternidad.

3. Un mito sobre la Amistad: Damón y Pitias.

Damón y Pitias habían sido grandes amigos desde la infancia. Confiaban plenamente el uno en el otro, y ambos tenían la completa certeza de que no había nada que no fueran capaces de hacer el uno por el otro. Cierto día el destino les puso a prueba y tuvieron que demostrar la fortaleza y la sinceridad de su lealtad y de su amistad.
Cuenta la mitología que Dionisio, el monarca de Siracusa, se enfureció denodadamente cuando oyó hablar de los discursos que estaba pronunciando Pitias en el foro de la ciudad. El joven estudiante le decía a su público que ningún hombre debería ostentar un poder ilimitado sobre otro, y que los monarcas absolutos no eran más que unos tiranos injustos que no servían más que a sus propios intereses en lugar de servir al pueblo al que debían gobernar. En un arrebato de cólera, Dionisio hizo llamar a Pitias y a su amigo Damón y se dirigió a ellos de la siguiente manera:
- ¿Cómo osas difamar mi nombre y levantar semejantes calumnias sobre mi gobierno entre el pueblo?- Inquirió el rey.
A lo que un sincero y temerario Pitias respondió: -Tan sólo digo la verdad y la difundo entre el pueblo, y no puede existir nada malo en decir la verdad.
- ¿Y dice esa verdad de la que me hablas que los reyes ostentan un poder absoluto e ilimitado con el que someten y exprimen al pueblo con leyes injustas que sólo sirven para afianzar aún más su poder y lograr mayores riquezas?
- Si un gobernante ha llegado al poder sin el consentimiento del pueblo, así lo afirmo.
- Esos argumentos que profieres no pueden ser tenidos por otra cosa más que por un acto de alta traición. –Exclamó Dionisio-. Estás conspirando para derrocarme y tratar de usurparme en el trono. Retráctate ahora mismo de tus palabras o atente a las consecuencias.
- No me retractaré en nada pues eso es lo que pienso.- Contestó Pitias.
- Entonces morirás. Tú mismo te has condenado. Dime entonces, el más obtuso y temerario de los hombres, ¿Tienes algún deseo o última voluntad antes de ejecutar tu pena?
- Sí. Déjame al menos regresar a mi hogar el tiempo suficiente para despedirme de mi esposa y de mis hijos y para dejar en orden los asuntos de mi hacienda, y entonces regresaré a cumplir con mi condena.
El rey empezó a reír de forma nerviosa a grandes carcajadas y sus ojos se inyectaron de furia en un ademán repentino de silencio y cólera contenida.
- ¿Acaso además de ser injusto piensas que soy estúpido? ¿Cómo osas pedirme que te deje salir de Siracusa y regresar a tu hogar? Si lo hiciera jamás regresarías y por tu burla pasaría a la historia como el monarca más estúpido que ha existido sobre la tierra.
- Si no crees en mi palabra os dejaré algo en prenda.
- ¿Qué clase de objeto precioso podrías ofrecerme que tuviera más valor que tu propia vida y que te obligara a regresar para tomar el camino que lleva al reino de Hades? No existe tal cosa en este mundo.
El rey comenzó a reír de nuevo a carcajadas, y sus acólitos le acompañaron como un coro de cerdos hambrientos. Pero en medio de aquella situación tan delirante, Damón, que había permanecido en silencio junto a su amigo, dio un paso al frente y se dirigió al rey con estas palabras ante la perplejidad, la incredulidad, y la sorpresa de todos los presentes:
-Yo seré su prenda -dijo- Permaneceré como prisionero aquí, en Siracusa, hasta que Pitias regrese. Así lo haré por la profunda amistad que nos une como hermanos. Puedes estar seguro de que Pitias regresará mientras me tengas a mí.
Dionisio completamente sorprendido ante aquella intervención inesperada observó a los dos amigos en silencio. –Así sea, si esa es tu voluntad. -dijo finalmente- Pero si estás dispuesto a ocupar el lugar de tu amigo, debes estar dispuesto también a aceptar su sentencia si rompe su promesa. Si Pitias no regresa a Siracusa, morirás en su lugar.
-Cumplirá su promesa -respondió Damón-. No me cabe la menor duda. Los dos amigos se abrazaron con lágrimas en los ojos ante la expectación y la admiración de todos los presentes, y finalmente el rey le concedió el permiso de abandonar Siracusa a Pitias durante un tiempo limitado en el que Damón quedaría encarcelado como prisionero ocupando su lugar.
Habiendo transcurrido ya muchos días tras la partida de Pitias, al ver que éste no regresaba, Dionisio no pudo contener más sus deseos de autosatisfacción y de autocomplacencia y fue a la cárcel para ver si Damón se arrepentía de haber hecho aquel trato y para jactarse de lo estúpido y de lo imbécil que había sido dando su vida tontamente por un amigo que seguro le había traicionado.
-Casi se te ha acabado el tiempo -dijo con sorna el rey de Siracusa-. Será inútil que pidas misericordia. Fuiste un necio al confiar en la promesa de tu amigo. ¿De verdad creíste que sacrificaría su vida por ti o por cualquier otra persona? Nadie haría nunca tal cosa. La amistad no es más que un burdo invento, un sueño inventado por los más avispados para conseguir más fácilmente sus intereses y utilizar a su antojo a los demás hombres para alcanzar sus propios objetivos. Pero esa lección te ha llegado demasiado tarde.- Afirmó con una sonrisa entre dientes, mientras Damón permanecía sereno mirando al horizonte por la ventana de su celda.
-Sólo se ha retrasado -respondió Damón con tranquilidad-. Probablemente los vientos habrán impedido que se haga a la mar, o tal vez haya tenido algún accidente en el camino. Pero si es humanamente posible, llegará a tiempo. Confió tanto en su virtud y su fidelidad como en mi propia existencia.
El rey se quedó perplejo ante la confianza de su prisionero, aún teniendo más en cuenta lo apurado de su situación, por lo que pensó que aquel hombre, aquel miserable no era más que un loco a punto de morir.

-Pronto lo veremos -dijo, sin más el rey.- y dejó a Damón en su celda con la mirada perdida puesta en el horizonte del mar.
Por fin llegó el funesto día. Sacaron a Damón de la cárcel y 1o llevaron ante el verdugo. Dionisio 1o saludó con sonrisa petulante propia de la autosatisfacción del que siente que ha vencido.
-Parece que tu amigo no se ha presentado ¿verdad? –se mofó-. Dime ¿Qué piensas de él ahora?
-Es mi amigo. -contestó Damón-. Y confió plenamente en él, estoy seguro de que si al final no viene es por una causa que supere sus posibilidades y contra la que le sea imposible luchar. Si he de morir hoy moriré sin dudar de la lealtad y la amistad que nos une.
Aún no había terminado de pronunciar estas palabras cuando las puertas se abrieron de golpe y Pitias entró en la sala. Estaba extenuado y herido, el agotamiento casi le impedía hablar. Corrió hacia los brazos de su amigo y ambos se fundieron en un abrazo que pareció contener el tiempo.
-¡Estás a salvo amigo mío! –exclamó mientras las lágrimas se le resbalaban de los ojos y no cesaba de abrazar y de besar a su amigo que a punto había estado de morir.- Gracias sean dadas a los dioses -jadeó-. Parecía que los hados conspiraban en nuestra contra. Nuestro barco naufragó en una tempestad y después unos bandidos nos asaltaron en el camino. Pero en todo momento no cejé en mi empeño por regresar y cumplir mi promesa aún más a sabiendas de que tu vida corría peligro por mi culpa. Gracias a los dioses, pues he llegado a tiempo, aunque sólo sea para despedirme por última vez, cumplí con lo prometido y pude despedirme de mi familia, de mi esposa y de mis hijos, ahora estoy dispuesto a recibir mi condena.
Dionisio escuchó estas palabras lleno de asombro. Sus ojos y su corazón se emocionaron ante las lágrimas incontenibles de los dos amigos que se despedían para siempre. Le resultó imposible resistirse a la demostración de semejante amistad y lealtad. Y entonces se levantó y dijo:

-La sentencia queda revocada. Jamás creí que pudiera existir una amistad con semejante confianza y lealtad. Es más ni tan siquiera creía en la existencia de la amistad sincera, con vuestros actos en cambio, me habéis demostrado lo equivocado que estaba, y lo justo es que seáis recompensados con la libertad. Pero os pido que, a cambio, me hagáis un favor.
Los dos amigos aún con los brazos por encima de los hombros se quedaron perplejos sin saber aún muy bien cómo responder.
-¿Qué favor es ése? –preguntaron al unísono.
El rey se les acercó y los tomó por los hombros mirándole a los ojos con una punzada de honda emoción contenida.
-Enseñadme cómo puedo ser partícipe de una amistad tan sincera.
4. El Carro del Dios Sol:
Cuenta la mitología griega que Faetón, cuyo nombre significa “el que brilla”, solía vanagloriarse ante sus amigos a cerca de su origen divino como legítimo de Helios, el dios Sol, hasta que un día uno de ellos cansado de oír una y otra vez las fanfarronadas de Faetón lo desafió a demostrar su ascendencia divina de alguna forma evidente. Herido en su orgullo Faetón se dirigió al palacio de su padre y entró en el salón del trono. Al llegar se detuvo en el umbral, cegado por el brillo de Helios, que se encontraba sentado en su trono de oro vestido de púrpura.
Helios dirigió la mirada a Faetón y le dijo: “Acércate, hijo mío”.- Faetón avanzó un paso e inclinó la cabeza, para protegerse del deslumbrante resplandor de su padre, se puso de rodillas frente al trono y aguardó. “¿Qué te trae ante tu padre?” Preguntó Helios con dulzura.
-Vengo en busca de la verdad. ¿Es cierto que soy tu hijo?- Respondió Faetón. Mis amigos se ríen de mí y me dicen que no lo soy, pero mi madre siempre me ha dicho que mi padre es el Sol.
-Clímene tiene razón.- Dijo Helios. -Tu madre, la ninfa Clímene tuvo un hijo del que soy padre, y ése eres tú. Para probártelo te daré lo que me pidas. Lo juro por la Estigia, la laguna por la que juran los dioses, cuyo juramento no puede ser quebrado.
-Padre, sólo tengo un deseo. Quiero conducir el carro del Sol a través de los cielos para traer el día.
-¡Oh, no!. -Exclamó Helios. -¡Eso no te lo puedo permitir! .
-Pero me lo prometiste...
-¡Hablé con demasiada temeridad! ¡Quieran los dioses dejarme retirar mi promesa!
-¡Ya es demasiado tarde, padre! -Respondió Faetón.
-¡Pero, éste es el único deseo que no puedo concederte, hijo mío! Es un viaje demasiado peligroso y ¡ni siquiera Júpiter, el más poderoso de los dioses, puede conducir mis caballos alados, henchidos de fuego!
-Podré guiarlos, padre, si verdaderamente soy tu hijo.
-¡No, no podrás! ¿Cómo podrías combatir el movimiento natural del mundo? ¿Cómo lucharás contra los terribles monstruos que habitan la noche? Faetón recapacita.
-Sé que podré hacerlo padre. -Le respondió. El dios Sol trataba de detener el tiempo, pero Eos la diosa de la aurora se acercaba rauda y veloz al palacio, y se disponía a abrir las puertas rojizas que daban paso a su brillo. El arco plateado de Selene, la diosa de la Luna ya había desaparecido y las estrellas se estaban desvaneciendo. Era la hora en que el carro de fuego de Helios debía iniciar su curso diario a través del cielo. Helios y Faetón salieron al aire libre donde el carro sagrado aguardaba. El resplandeciente carruaje tenía ruedas de oro y radios de plata, todas las joyas de la tierra brillaban bajo la suave luz de la aurora mientras que Faetón caminaba alrededor de carro dorado, admirando su belleza del mismo, Helios trató desesperadamente de convencer a su hijo, pero todos sus argumentos resultaron en vano. El curso del día ya se estaba retrasando y el despuntar de los primeros rayos del sol no podían aguardar más tiempo, de modo que Faetón se lanzó sobre el carro y tomó las riendas de los caballos sagrados y ante la impotencia de su padre exclamó: ¡Ahora debo irme, padre!
Los cuatro caballos alados comenzaron a moverse ansiosos por empezar a galopar por el suelo y relinchaban fuego mientras las Horas se apostaron junto a ellos sujetándole los arneses. Helios habiendo desistido ya de cualquier posibilidad de convencer a su hijo untó el cuerpo de Faetón con un ungüento mágico que pudiera protegerle del terrible calor que habría de soportar en su peligroso periplo, sobre su cabeza colocó la corona resplandeciente de los rayos del Sol y finalmente suspiró y le dijo: -Ya que has desoído mis advertencias, escucha al menos mi consejo, mantente siempre en el camino del medio. ¡No vires hacia el lado! No vayas ni muy alto ni muy bajo, porque tanto el Cielo como la Tierra necesitan la misma cantidad de calor. Si asciendes mucho, inflamarás el Cielo, y si desciendes demasiado, abrasarás la Tierra...
Faetón loco por la alegría y el entusiasmo le gritó: -¡Así lo haré, padre!
-¡Sigue el trazo cotidiano de mis ruedas! -Gritó Helios. -¡No uses el látigo y mantén firmes las riendas!
-¡Así lo haré, padre! ¡Así lo haré! –Respondió Faetón sin hacerle mucho caso a sus advertencias.
-Y cuídate de la Osa del Norte y de la Serpiente del Cielo... Pero antes de que Helios pudiera continuar con sus advertencias y consejos Faetón sacudió las riendas y salió lanzado hacia el horizonte.
Los cascos veloces los caballos alados ya rasgaban las nubes y se remontaban cada vez más hacia el Cielo. El carro era tan liviano, que tambaleaba de un lado a otro como una patera arrastrada por las olas. Los caballos se asustaron y galopearon aún más veloces, Faetón tiraba con fuerza de las riendas, pero no podía detenerlos. Aterrorizado ante el descontrol total de la situación, trataba desesperadamente de buscar el punto medio que le había recomendado su padre, pero no encontraba huella o señal alguna en el cielo que le indicaran el camino a seguir. En medio de aquel ascenso alocado los rayos solares de su corona sagrada comenzaron a afectar a las constelaciones, la serpiente despertó de su letargo y azotaba con su cola a las constelaciones vecinas, mientras que la Osa Mayor empezó a deambular por la bóveda celeste.
Viendo Faetón a la enorme distancia que se hallaba de la tierra enloqueció de terror y comenzó a dar gritos de pánico pidiendo ayuda a su padre y ordenando a los caballos que se detuvieran, pero éstos continuaban su carrera sin control hacia la autodestrucción. Despertaron a la constelación del Escorpión cuyo aguijón letal trataba de asaetear el carro sagrado del Sol, y ante el temor Faetón soltó las riendas dando vía libre a los caballos que terminaron por precipitarse hacia lugares por los que jamás habían transitado, chocaron contra las estrellas, y todo el universo pareció gritar al unísono viendo cómo el cielo corría el riesgo de estallar en una enorme explosión que acabaría con todo. En un nuevo intento desesperado Faetón trató de enmendar la situación tratando de precipitarse hacia abajo para enmendar el desastre, y así se acercó demasiado a la tierra. Se incendiaron las cumbres de las montañas donde los hielos perpetuos se derritieron al instante provocando terribles desastres naturales como avalanchas e inundaciones que acabaron con poblaciones enteras. El cielo se llenó de humo e incluso el Olimpo donde habitan los dioses se vio en peligro de ser consumido en llamas
La Tierra entera era ya una inmensa bola de fuego abrasada por los terribles fuegos que desde el cielo habían sido provocados por aquella marcha loca y descontrolada del carro solar. Incluso los dioses marinos temían morir hervidos por el calor que abrasaba la tierra.
Gea la propia diosa de la tierra temía por si misma al ver cómo su cuerpo se consumía en llamas, llegando a dirigirse en un terrible grito de alarma que fue oído por todo el universo hacia Zeus suplicándole con las siguientes palabras: “¡Zeus! ¡Detén esta destrucción con tu rayo y acaba con Faetón, causante de estos desastres!” sin que pudiera decir nada más al quedarse ahogada por el humo y las llamas que la asediaban a punto de rendirla a la muerte. Instante en el que Zeus reaccionó lanzando un terrible rayo que golpeó el carro solar destrozándolo por completo y extinguiendo sus llamas. Los caballos se soltaron y se convirtieron en dos bolas de fuego que se precipitaban hacia la tierra como centellas mientras el cuerpo ardiente de Faetón se convertía en un cometa que terminó precipitándose en las aguas de un río a miles de kilómetros de su hogar que acogió sus restos. Las ninfas del agua reunieron sus despojos y le dieron sepultura y escribieron sobre la lápida de su tumba:
Aquí yace Faetón, quien trató de igualar al Sol. Si grande fue su fracaso, igualmente grande fue su osadía.
Desolado por la pérdida de su hijo, Helios se negó a conducir su carro, y los hombres supervivientes de la tragedia tuvieron que encender hogueras para poder alumbrarse y calentarse. Zeus fue entonces a visitar al dios Sol, lo encontró sentado en su trono con la cabeza entre las manos, inmóvil y apesadumbrado. Entonces Zeus le ordenó a Helios que levantara la cabeza y le responder por qué no había guiado el carro de oro. Helios le respondió furioso a Zeus por haber acabado con la vida de su hijo. A lo que Zeus respondió:
-¡No tuve otra alternativa! La ambición del muchacho estuvo a punto de destruir el mundo. La Madre Tierra ardió y estuvo a punto de morir; pero se congela por el frío, Helios. Necesita tu calor o perecerá helada. El dios Sol movió la cabeza hacia otro lado.
-¡Levántate, Helios! -Ordenó Zeus. -¡No te culpes más por la muerte de tu hijo! ¡Tienes que cumplir con tu misión! ¡El mundo te necesita! -El dios Sol dio un último suspiro y se levantó lentamente de su trono. Temblando de pena, salió a paso lento del palacio. Los cuatro caballos que se le habían escapado a Faetón olfateaban aire fresco de la mañana y golpeaban el suelo con los cascos mientas Eos la diosa de la Aurora abría las puertas rosadas del palacio solar. Sollozando, Helios montó en su brillante carro de oro, y se colocó en la frente la corona resplandecientes de los rayos de sol; que Faetón hubiera usado apenas unas horas antes. Entonces tras una orden enérgica el carro inició su viaje acostumbrado dando paso a un cielo que recuperaba su intenso color azul.
5. Píramo y Tisbe:
Se cuenta que Píramo era el joven más apuesto de Oriente y Tisbe la más hermosa de entre las muchachas de aquellas tierras. Ambos vivían en la antigua Babilonia, en casas contiguas. Al vivir tan cerca el uno del otro no tardaron en conocerse y en empezar a sentir un profundo amor el uno por el otro que fue creciendo con el tiempo.
Lo normal hubiera sido que se hubieran casado pero la oposición de sus padres hizo que aquella boda se volviera un imposible. Incluso les prohibieron verse, de tal forma que tuvieron que ingeniarse una manera de poder comunicarse sin que nadie se percatara de ello. Ambos descubrieron que en la pared que separaba sus dos casas existía una pequeña grieta casi imperceptible, que les servía como conducto de la voz, y a través de ella podían comunicarse, derramando a través de aquella pequeña grieta sus palabras llenas de ternura y de hermosos sentimientos recíprocos. Muchas veces se desesperaban al no poder verse ni tocarse y a menudo se despedían por la noche besando cada uno su lado de la pared.
Pero llegó un día en que no pudieron mantener más aquella difícil situación y decidieron escapar de la opresión de sus padres e iniciar una nueva vida en otra ciudad, para lo que planearon escapar una noche de la casa de sus progenitores y reunirse así en las afueras de la ciudad, quedando en encontrarse bajo las ramas de un moral enorme que crecía junto a una fuente.
Aquel día se les hizo eterno por la impaciencia y los nervios de ver satisfechos sus deseos de libertad, cuando por fin llegó la noche Tisbe logró salir de su casa sin que se dieran cuenta y llegó primero al lugar de encuentro con la mala suerte de que en ese mismo instante una leona se acercó a beber de la fuente que había junto al moral con las fauces todavía llenas de sangre de haber cazado a una presa. Nada más verla Tisbe escapó asustada como una sombra fugitiva bajo la luz de la luna y se ocultó en el fondo de una cueva, en su huída se le desprendió el manto que le cubría la cabeza y cuando la leona hubo satisfecho su sed y vio el manto lo despedazó con sus garras.
Poco después llegó Píramo que nada más llegar al lugar acordado se encontró con el rastro sangriento de la leona y su corazón se encogió al ver el manto de Tisbe ensangrentado y destrozado por la leona. El corazón se le partió en dos y la sombra de la muerte se cernió sobre él. Desgarrado por el dolor Píramo exclamó: “Que una misma noche acabe con los dos enamorados, ella tenía mucho más derecho a vivir que yo, yo he sido el culpable, yo te he matado al hacerte venir a un lugar tan peligroso y no llegar primero, que sea a mí a quien destrocen las fieras”.
En ese momento Píramo recogió los restos del manto de su amada y se dirigió con ellos bajo el moral donde habría tenido lugar el encuentro, Píramo inundó el manto con sus lágrimas y lo cubrió de besos.
-Recibe también mi sangre. –Exclamó.
Píramo cogió el puñal que llevaba en la cintura y se lo hundió en las entrañas mientras caía herido de muerte junto al tronco del árbol y su sangre salpica y mancha de un intenso rojo oscuro las moras antaño blancas. Las raíces de la morera, absorbiendo la sangre derramada por Píramo, acabaron de teñir el color de sus frutos.
Mientras tanto, atemorizada todavía por el susto, Tisbe decidió regresar al lugar de la cita esperando encontrarse con su amado para contarle los detalles de su arriesgada aventura. Pero al llegar al moral se siente turbada al contemplar cómo el fruto blanco de las moras tiene ahora el rojo intenso de la sangre. Al distinguir junto al tronco el cuerpo aún palpitante y ensangrentado de su amado se estremece de horror y se le quiebra el alma. Al reconocer a Píramo se arrastra por el suelo y se abraza al cuerpo de su amado mezclando sus lágrimas con la sangre derramada, besando su rostro todavía cálido hasta gritar desesperada:
“¡Píramo ¿qué desgracia te aparta de mí? Responde, Píramo, escúchame y reacciona, te llama tu amada Tisbe!".
Al oír el nombre de Tisbe, Píramo entreabrió sus ojos moribundos, que no tardaron en volver a cerrarse.
Al contemplar y reconocer su manto destrozado y ver la vaina vacía del puñal Tisbe comprendió lo sucedido y exclamó desesperada:
"¡Desdichado, te ha matado tu propia mano y tu amor. Al menos para esto tengo yo también manos y amor suficientes: te seguiré en tu final. Cuando se hable de nosotros, se dirá que de tu muerte he sido yo la causa y la compañera. De ti sólo la muerte podía separarme, pero ni la muerte podrá separarme ahora de ti. En nombre de los dos una sola cosa pido, padre mío y padre de este infortunado, que a los que compartieron su amor y su última hora no les pongan reparos a que descansen en una misma tumba. Y tú, árbol que acoges el cadáver de uno y pronto el de los dos, conserva para siempre el color oscuro de tus frutos en recuerdo y luto de la sangre de ambos derramada".
Diciendo esto, y colocando bajo su pecho la punta del arma, que aún estaba templada por la sangre de su amado, se arrojó sobre ella y se quitó la vida.
Las últimas palabras de Tisbe conmovieron a los dioses y su última voluntad fue respetada por sus acongojados padres, desde entonces por voluntad divina las moras son de color oscuro cuando maduran en memoria de los dos amantes y los restos de ambos enamorados descansarán eternamente en una misma urna.

6. Apolo y Dafne:

Apolo, el poderosísimo y resplandeciente dios de la luz, el dios de los arqueros, de la música, de la profecía y de las artes, no gozó siempre de fortuna en el confuso terreno del amor. Quizá a que su propio poder y su belleza lo movieron a la arrogancia y a mofarse del arco y de las flechas de Eros el dios del amor, quien en venganza no dudó en usar uno de sus dardos letales de oro sobre el dios de la luz quien al instante se quedó perdidamente enamorada de una de las ninfas más hermosas de la tierra, Dafne, a la que Eros disparó una de sus flechas de plomo cuyo poder provocaron la repulsión más total y absoluta de esta ninfa contra Apolo.
Apolo persiguió a Dafne con todo tipo de súplicas amorosas, todas las cuales rechaza hasta llegar a orillas del río Peneo. Aquí justo en el momento en que Apolo iba a atraparla, Dafne pidió ayuda desesperada a su padre, el dios del río, el cual la transformó en un laurel. Apolo se quedó desahuciado y movido por la tristeza trenzó con las hojas de aquel árbol una corona para si mismo y consagró dicho árbol a su propia persona, con cuyas hojas habrían de ser coronados los campeones y los vencedores como símbolo de la victoria.
7. Orfeo y Eurídice:
Según la mitología griega Orfeo fue hijo de Eagro, rey de Tracia y de la musa Calíope, ya en su juventud se convirtió en un gran poeta célebre por su hermosa voz y la belleza de la música que extraía de su lira, sólo comparable a la del mismísimo dios Apolo, del que muchos decían que era en realidad su verdadero padre. También se dice de él que se interesó por los asuntos religiosos, por lo que es considerado por algunos como el primer teólogo del paganismo tras haber recorrido numerosas regiones del mundo como Fenicia, Asia Menor, Samotracia, Egipto donde se inició en los cultos mistéricos de Isis y Osiris, y ya de vuelta a su país natal se dedicó a compartir con sus compatriotas los conocimientos religiosos acumulados a cerca del origen del mundo y de los dioses, la forma de expiar los crímenes cometidos, la práctica del vegetarianismo, la interpretación del lenguaje oculto de los sueños, instituyendo además las fiestas en honor a Dionisos y a Ceres.
Difundió entre los griegos amplios conocimientos sobre astronomía, y acompañado de su música inigualable cantó la historia de la guerra de los titanes, el rapto de Perséfone a manos de Hades, los trabajos de Hércules y otros muchos mitos, considerándolo por tanto como el padre mítico de la teología pagana.
El refugio de Orfeo era la música, antaño en Grecia sólo se conocía la flauta como único instrumento musical hasta que Apolo ideó la lira de siete cuerdas a la que Orfeo le añadió dos cuerdas más difundiéndola por toda la Hélade. La dulce y melódica voz de Orfeo unida al sonido de este instrumento sagrado tenía el poder de embelesar a hombres, dioses y criaturas de cualquier naturaleza hasta conmoverlos en lo más profundo de su corazón. Se cuenta que fieras salvajes como osos y leones se acurrucaban a los pies de Orfeo mansamente para oírle tocar su música, y cuando sus acordes mágicos salían de su lira los ríos retrocedían hasta su nacimiento para escucharle, los vientos soplaban hacia el lugar donde se hallaba, las ramas de los árboles se arremolinaban a su lado, e incluso las rocas cobraban vida para rodar a su encuentro.
Todas las ninfas le adoraban y admiraban su talento, y solían seguirle allá donde iba, embelesadas por su encanto hasta el punto de enamorarse de él y anhelarle por esposo, pero sólo la hermosa Eurídice cuya modestia sólo era igualada por sus encantos logró robarle el corazón al joven Orfeo, y fue la dichosa elegida para contraer matrimonio en un amor plenamente correspondido.
Durante un tiempo que se les antojo no muy largo, ambos vivieron en una felicidad consumada, hasta que un día la desgracia se cruzó en el camino de Eurídice la cual recibió el ataque de una serpiente venenosa que la sumió en una muerte súbita e inesperada.
Orfeo al recibir la noticia no fue capaz de asumir la situación, solicitó e imploró la ayuda y la compasión de los dioses celestes entre los que no halló respuesta alguna a sus súplicas, decidió descender a los mismos infiernos en busca de su amada para implorarle al todo poderoso Hades el regreso de su esposa a la vida.
Armado tan sólo de su lira, Orfeo descendió hasta las riberas de la laguna Estigia donde se detuvo a entonar una música acompañada con un canto tan dulce y enternecedor que logró conmover a los habitantes del Ténaro que no pudieron contener las lágrimas ante la desgracia acaecida a Orfeo, incluso los mismísimos soberanos del Averno, Perséfone y Hades se sintieron conmovidos ante las súplicas de Orfeo que le permitieron reunirse con su amada ninfa convertida ahora en una sombra recién llegada al mundo de los muertos. Hades le concedió a Eurídice la oportunidad de volver a la vida pero a cambio de una condición, que Orfeo no volviera la cabeza para mirarla durante el tiempo de ascenso que durara su trayecto hasta regresar a la superficie de la tierra. Orfeo aceptó la condición y juró cumplirla y así obró durante todo el camino cuando al final del camino y olvidándose de la promesa que hiciera a Hades Orfeo no pudo contenerse más y se giró para contemplar a su esposa justo antes de salir de la cueva, pero Eurídice aún no había abandonado el mundo de los muertos y le restaban apenas unos metros para alcanzar la salida a la tierra y en ese mismo instante su espíritu se desvaneció como una sombra arrastrada por el viento. Orfeo sólo pudo ver cómo su amada le tendió los brazos una última vez en un intento desesperado por abrazarle pero al tratar de retenerla sólo percibió una neblina huidiza el sonido de un profundo suspiro que exhaló un adiós eterno.
Orfeo destrozado por vivir una segunda desgracia cuando había estado tan cerca de recuperar a su amada trató de penetrar en vano en los dominios de Hades, pero esta vez sin éxito pues el barquero Caronte se negó a llevarle hasta el otro lado del río que separa el mundo de los vivos del mundo de los muertos, y allí permaneció Orfeo durante siete días a orillas del Aqueronte sin probar ningún alimento regando solo con sus lágrimas las tierras del inframundo mientras se consumía de un dolor insoportable por la pérdida de su esposa hasta que finalmente desistió sin esperanza alguna y regresó a la tierra para refugiarse en el monte Rodope de su tierra natal tracia. Allí compartía su tiempo solo, en compañía tan sólo de los animales y de algunas bestias salvajes que acudían a escucharle.
Las mujeres tracias intentaron consolarle de su dolor en vano a Orfeo que rehuía toda compañía femenina y prefería caminar a sus anchas en soledad o acompañado solamente por compañeros varones o animales, rehusando cualquier posibilidad de segundo matrimonio, desatendiendo y desdeñando las pretendientas que se le presentaban. Ofendidas por las continuas negativas de Orfeo a contraer matrimonio las mujeres aguardaron a la llegada de las Bacanales cuando convertidas en bacantes y armadas con los tirsos corrieron al monte en busca de venganza hasta encontrarle y asesinarle cruelmente, los golpes sordo de sus tambores atronadores apagaron la dulce voz de Orfeo, que se extinguió como una última nota de su lira, y a pesar de las súplicas y las lágrimas de Orfeo la ira y la locura desenfrenada pusieron fin a su vida y desgarraron su cuerpo hasta despedazarlo en cientos de trozos que se dispersaron por el campo.
Tras la muerte de Orfeo se cuenta que su cabeza fue arrojada a un río y que cuando una serpiente intentó morderla fue convertida en piedra por intervención de Apolo, el cual con el consenso de los dioses envió una epidemia de peste contra las gentes de Tracia por haber cometido tal crimen, cuando los tracios consultaron un oráculo para buscar respuestas a sus desgracias, recibieron como respuesta que debían encontrar la cabeza de Orfeo y rendirle honores fúnebres, milagrosamente un pescador halló la cabeza que se encontraba aún incorrupta y conservando toda su belleza y la hermosura de su rostro. Los tracios le honraron con la construcción de un templo en el que Orfeo fue honrado como a un dios y donde las mujeres tenían prohibida la entrada. Se cuenta también que las mujeres que osaron cometer tamaño crimen no pudieron expiar sus culpas y fueron condenadas por ello al negarse el río Helicón a purificar sus actos con sus aguas, el cual prefirió ocultarse bajo tierra hasta su desembocadura antes que purificar a las asesinas que acabaron con la vida del noble Orfeo.
Este mito daría lugar a una nueva corriente religiosa que se difundió por toda Grecia y que rompía con los cánones religiosos tradicionales: el Orfismo, una nueva interpretación religiosa de la tradición pagana secular con unos conceptos innovadores a cerca de la visión del ser humano, la vida, la muerte y la salvación en el más allá, convirtiéndose en uno de los cultos mistéricos más importantes y difundidos de toda Grecia.
8. Narciso y Eco
Eco era una joven ninfa de los bosques, inquieta, alegre y parlanchina. Con su charla incesante entretenía a Hera, esposa de Zeus, y esos momentos eran especialmente apreciados por el padre de los dioses para aprovechar y salir de aventuras y relaciones extramatrimoniales sin que su esposa sospechara nada. Al percatarse de ello, Hera montó en cólera, y furiosa por no poder reprender a su marido todopoderoso, la tomó con la pobre Eco castigándola con la maldición de no poder hablar mas que repitiendo solamente el final de las frases que escuchara de los demás, afligida y terriblemente avergonzada por su desdicha, la inocente y antaño inquieta Eco decidió abandonar los bosques que solía frecuentar y refugiarse en soledad en una pequeña cueva cercana a un riachuelo.
Narciso en cambio era un muchacho guapísimo, hijo de la ninfa Liríope, nada más nacer, Tiresias el más famoso de los adivinos de Grecia le predijo que si algún día contemplaba su propia imagen ante un espejo sería su perdición. Y así fue como su madre para tratar de protegerle evitó tener ningún espejo ni cualquier tipo de objeto en el que el muchacho pudiera ser reflejado. Así fue como Narciso creció con una belleza arrebatadora sin ser consciente de su propia hermosura e ignorando a las numerosas muchachas y muchachos que le perseguían de un lado a otro pretendiéndole.
Narciso parecía estar siempre ensimismado o absorto en sus propios pensamientos, ajeno a todo cuanto le rodeaba, solía dar largos paseos sumido en sus propias cavilaciones, vagando solo por montes y valles de forma despreocupada. En uno de esos paseos llegó a las inmediaciones donde moraba Eco y ésta al contemplarle se quedó mirándolo completamente embelesada hasta enamorarse completamente de él. Pero la pobre ninfa no encontró el valor suficiente para acercarse al apuesto Narciso.
De tal forma que el joven siguió con la cabeza en las nubes y se marchó, aunque al día siguiente volvió sobre sus pasos pues había encontrado bastante agradable la ruta que había seguido el día anterior, y comenzó a acostumbrarse a deambular por aquellos parajes cercanos a la morada de Eco, de tal forma que nuestra pequeña ninfa solía esperarle y lo seguía allá donde iba siempre a una distancia prudente, temerosa de ser vista, hasta que un día, sin darse cuenta, la pobre ninfa pisó una ramita y su débil chasquido delató su presencia. Al descubrirla el joven Narciso preguntó “¿Hay alguien ahí? A lo que Eco respondió “¡Alguien!”. Entonces Narciso se asombró y se vuelve para gritar “¡Ven!”, y ella repite la misma palabra. Sorprendido por la voz de Eco, Narciso vuelve a insistir “¿Por qué huyes de mí?”, y Eco le vuelve a contestar con la misma frase. Cansado de aquel juego al no poder contemplar la imagen de quien le habla, Narciso termina por gritar: “¡Aquí reunámonos!” a lo que Eco que nunca había respondido a un sonido con más placer y alegría repitió con un sublime “¡Unámonos!” y obedeciendo sus propias palabras salió del bosque en el que se ocultaba y se dirigió hacia él con los brazos abiertos dispuesta a abrazar a su amado por el cuello. Al verla Narciso se aparta de ella y le dice “¡Quita tus manos, no intentes abrazarme! ¡Antes moriría que entregarme a ti!, a lo que la pobre y desdichada ninfa con los ojos húmedos no puede responder otra cosa que “¡Entregarme a ti!”
Eco se sintió morir por dentro. Y huyó desesperadamente con los ojos empapados en lágrimas para retirarse y vivir para siempre en cuevas solitarias, donde a pesar de todo el amor que sentía continuó clavado en ella hasta que sus miembros se fueron deshaciendo por entero y su cuerpo terminó por diluirse en el aire, y dicen que así se consumió de pena, y que sus huesos llegaron a formar parte de la propia piedra de la cueva...
Pero el mal que se comete contra otros no suele quedar impune, y de esa forma Némesis, la diosa de la justicia y de los juramentos secretos de su amor y vengadora de los amantes infelices o desgraciados por el perjurio o la infidelidad de uno de los amantes presenció todo lo sucedido y quedó conmovida por la tristeza de Eco, y conoció los otros muchos desmanes que Narciso había cometido contra muchos otros de sus pretendientes, de tal forma que decidió seguirle hasta hacer justicia y entonces un día cuando Narciso se decidió a volver por aquellos parajes le provocó una sed que le hacía desfallecer de tal forma que Narciso se encaminó con urgencia hacia el riachuelo donde encontró por primera vez a Eco, y muerto de sed se arrojó hacia él para beber agua cuando de repente se sorprendió a si mismo viéndose reflejado en el río, y sucedió lo que sólo las palabras del mismo Ovidio podrían reflejar en toda su grandeza:
“Mientras bebe, seducido por la visión de la belleza que tiene ante sus ojos, se enamora de una esperanza sin cuerpo, y cree que es un cuerpo lo que no es sino agua. Con asombro se admira a sí mismo, y permanece inmóvil con la mirada clavada en su propio reflejo, como si fuera una estatua de mármol de Paros. Tumbado en el suelo, observa las estrellas gemelas que son sus ojos, los cabellos dignos de Baco, dignos de Apolo, las mejillas imberbes, el cuello blanco como el marfil y la belleza de la boca; admira, en fin, todo aquello por lo que él mismo es digno de admiración. Se desea a sí mismo sin saberlo, y el que alaba es a la vez alabado, a la vez busca y es buscado, al mismo tiempo enciende la pasión y arde en ella. ¡Cuántas veces besó en vano el mentiroso estanque! ¡Cuántas veces hundió sus brazos en el agua para rodear el ansiado cuello, sin conseguir abrazarse! No sabe qué es lo que ve, pero lo que ve le abrasa, y él mismo se engaña, a la vez que incita a sus ojos a caer en el error. ¿Por qué intentas aferrar, ingenuo, una imagen fugaz? Lo que buscas, no está en ninguna parte; lo que amas, lo pierdes en cuanto te vuelves de espaldas. Esta imagen que ves reflejada no es más que una sombra, no es nada por sí misma; contigo vino, contigo se queda y contigo se iría, si tú pudieras irte.
Ni la necesidad de comer ni la necesidad de descansar pueden apartarle de allí; por el contrario, tendido sobre la hierba umbrosa, observa con ojos insaciables esa belleza mendaz, y se consume de amor por sus propios ojos. Incorporándose un poco, tiende sus brazos hacia los árboles que le rodean y exclama:
“¿Acaso algún amante, oh bosques, ha sufrido más cruelmente que yo? Sin duda lo sabéis, ya que habéis sido para muchos un oportuno escondrijo. ¿Acaso recordáis, en toda vuestra larga vida, una vida de tantos siglos, que alguien haya sufrido tanto como yo? Me gusta y le veo, y sin embargo, aunque le veo y me gusta, no le encuentro, ¡tanta es la ceguera del que ama! Y lo que más me duele es que no es un inmenso océano ni un largo camino, ni las montañas, ni una muralla con sus puertas cerradas lo que nos separa: ¡nuestro obstáculo es un poco de agua! Y él también desea que lo alcance: cuantas veces me acerco a besar las líquidas aguas él trata de acercarse con el rostro tendido hacia mí. Parece como si le pudiera tocar, es muy poco lo que se interpone entre nosotros. ¡Sal, quienquiera que seas! ¿Por qué me rehúyes, muchacho incomparable? En verdad, ni mi edad ni mi belleza merecen que me rehúyas: ¡hasta las ninfas se enamoran de mí! Con tu rostro amistoso me das esperanzas y me prometes algo que ni yo mismo sé qué es, y todas las veces que he tendido mis brazos hacia ti, tú los has tendido también; también he notado lágrimas en tu cara cuando yo lloro; si hago un gesto con la cabeza tú me lo devuelves, y, por lo que sospecho del movimiento de tus bellos labios, pronuncias palabras que no llegan a mis oídos. Pero ¡si es que soy yo! ¡Ahora me he dado cuenta y ya no me engaña mi reflejo! ¡Ardo de amor por mí, a la vez despierto la pasión y soy arrastrado por ella! ¿Qué hago? ¿Le suplico o dejo que me suplique a mí? ¿Pero suplicar qué? Lo que deseo está conmigo: mi propia riqueza me hace pobre. ¡Ojalá pudiera separarme de mi cuerpo! ¡Un deseo inaudito para un enamorado, querer que lo que amamos se aleje de nosotros! El dolor ya está acabando con mis fuerzas, n me queda mucho tiempo de vida, y muero cuando aún estoy en mi primera juventud. Pero no me pesa la muerte, porque así terminará mi dolor: sólo quisiera que él, el que deseo, viviera más tiempo. Ahora, dos pereceremos juntos en una sola alma.”
Así dijo, y presa ya del delirio, volvió a mirar la imagen y sus lágrimas agitaron la superficie del agua, y con el temblor la figura reflejada desapareció. Al ver que se iba gritó: “¿Adónde huyes? ¡No abandones, cruel, a quien te ama! ¡Deja por lo menos que te mire, ya que no puedo tocarte, y que alimente así mi desdichada pasión!”. Y mientras se lamenta, tira hacia abajo de su túnica y golpea su pecho desnudo con las palmas de sus manos, blancas como el mármol. Entonces, por efecto de los golpes, su pecho se coloreó de un tenue rubor, igual que las manzanas se quedan blancas por un lado y se ponen rojas por otro, o como los racimos variopintos de la uva todavía inmadura, que adquieren un color purpúreo.
Al ver esto en el agua, que estaba otra vez clara, no puede soportarlo más: como se derrite la cera dorada al calor de una leve llama, como se disuelve el rocío de la mañana cuando lo calienta el sol, así desgastado por el amor, se consume y es devorado poco a poco por un fuego oculto. En su tez ya no se mezclan la candidez y el rubor, ya no tiene ese vigor y esa fuerza que hace poco despertaban admiración, ni tampoco queda ya el cuerpo del que eco se había enamorado. Ésta, no obstante, se afligió al verle así, aunque aún recordaba, airada, lo sucedido, y cuantas veces el desgraciado joven exclamaba “¡Ay!”, “¡Ay!” repetía ella una y otra vez, y cuando Narciso golpeaba su cuerpo con sus manos ella reproducía el sonido de sus golpes.
Las últimas palabras las dijo Narciso mirando al agua una vez más: “¡Ay, muchacho vanamente amado!”, y el lugar le devolvió todas las palabras; y cuando le dijo: “¡Adiós!”, Eco lo repitió. Extenuado, dejó caer su cabeza sobre la verde hierba, y la noche se cerró sobre sus ojos, que aún admiraban la belleza de su propio dueño; y aún después de haber llegado al mundo infernal, siguió mirándose en las aguas estigias.
Lloraron por él sus hermanas las Náyades, que se cortaron el cabello como ofrenda funeraria, le lloraron las Dríades, y Eco repitió sus lloros. Y ya estaban preparando la pira, las antorchas parpadeantes y el féretro, cuando vieron que su cuerpo ya no estaba; en su lugar encontraron una flor con el centro amarillo, rodeado de pétalos blancos.”
9. Pigmalión y Galatea:
Pigmalión reinaba en la isla de Chipre consagrado al bienestar de su pueblo, y dedicando su tiempo libre a esculpir hermosas obras de arte, sus amigos y sus esclavos aseguraban que a sus estatuas solo les faltaba la vida. Su obra superaba en habilidad incluso a la de Dédalo, el célebre constructor del Laberinto del Minotauro. Y en su reinado se destacó siempre por su bondad y sabiduría a la hora de gobernar.
Durante mucho tiempo Pigmalión había buscado a una esposa cuya belleza correspondiera con su idea de la mujer perfecta. Al final desistió de tal cometido y decidió que no se casaría y dedicaría todo su tiempo y el amor que sentía dentro de sí a la creación escultórica.
Cierto día Pigmalión se animó a comenzar una escultura femenina de una perfección y belleza como nunca antes hubiera realizado, mientras más trabajaba en ella más y más se iba deleitando en sus rasgos y facciones, lentamente el rostro de la escultura fue tomando dándole forma a unos labios que parecían entreabrirse esperando una sonrisa, sus ojos casi centelleaban y los dedos eran tan suaves al tacto que parecían estar esperando una caricia. Cuando finalmente concluyó su obra maestra a la que dio el nombre de “Galatea”, y la vistió con las mejores galas, el monarca sintió que se había enamorado de su propia obra y días más tarde con motivo de las fiestas consagradas a Afrodita, divinidad de la que él era sumo sacerdote, se dirigió a la diosa del amor y la belleza de esta forma:
¡Oh bondadosa Afrodita, que otorgas vida y amor, a todos los que confían en ti, concédeme la gracia de derramar tus dones sobre Galatea para que pueda adorarla como un ser humano más!
Lleno de fe, Pigmalión regresó a su taller donde encontró que su petición había sido escuchada y que Galatea había cobrado vida, la estatua le guiñó un ojo, y su pecho comenzó a respirar mientras su creador y amante le tendió una mano para ayudarla a descender de su pedestal.
Pigmalión le preguntó en el tono más dulce y amable del que fue capaz que si desearía ser la reina de Chipre a lo que Galatea le respondió: “Me conformo con ser tu esposa”.
La boda de ambos fue fastuosa y como invitada de honor acudió la propia Afrodita, cuya belleza fue comparada con la de la propia Galatea, afortunadamente esta vez el asunto no terminó en celos o envidias divinas que tantos desastres podrían provocar, y el reino entero celebró feliz la boda de los contrayentes y posteriormente el nacimiento de un hijo heredero: Pafo. Desde entonces nunca faltaron ofrendas en el templo de Afrodita en la isla de esta diosa, Chipre, la cuna de la diosa del amor.
10. Andrómeda y Perseo:
Acrisio es el rey de Argos sólo tenía una hija, Dánae la cual lo era todo para él. Un día un oráculo predice que si su hija llega a ser madre, el retoño acabará con su abuelo. Acrisio coge a su hija y la encierra en una torre dentro de una jaula de bronce para que jamás tenga contacto con hombre alguno, y así fue, la jaula evitó que la pobre Dánae pudiera tener contacto con hombre alguno pero no impidió que Zeus el más poderoso de los dioses se prendara de la noble y hermosa hija de Acrisio y no se le ocurrirá otra artimaña para seducirla más que convertirse en lluvia de oro que se cuela a través de las rejas de la jaula y termina colándose en la propia Dánae... de esta unión nacería Perseo, un niño fuerte y muy hermoso que forma tanto jaleo que resulta imposible mantenerlo oculto, de tal forma que su abuelo Acrisio al descubrir el ultraje decide que lo mejor sería deshacerse de ambos, pero finalmente no encuentra el valor para matarlos.
En su lugar decide construir una caja en la que los encierra para después arrojarlos al mar y encomiar su destino a la voluntad de los dioses, de tal forma que si mueren no sería por su culpa sino por la voluntad de los dioses. Y claro la voluntad de Zeus no parecía muy dispuesta a colaborar con la malvada astucia de Acrisio...
Madre e hijo son salvados y llegan sanos y salvos hasta las playas de la isla de Sefiros, donde son acogidos por Dictis que se convierte en un padre para Perseo y que es el hermano del rey Polidectes que gobierna la isla.
Pero la belleza de Dánae continúa causando estragos y Polidectes se enamora de ella e intenta conquistarla convirtiéndose Perseo que ya ha alcanzado la edad viril, en un obstáculo para sus sórdidas intenciones. El rey se dispone a idear un plan, hace creer a todos que desea conquistar a la princesa Hipodamia, la cual es una amante de los caballos, de tal forma que todos los nobles que la pretenden le han de regalar uno. Entonces Polidectes se dirige a su sobrino adoptivo y le pregunta:
"¿Y tú que me darías para conquistarla, Perseo?" le dice.
"Yo te traería la cabeza de la Gorgona Medusa" dice orgulloso. La trampa le ha servido a Polidectes mejor de lo que esperaba.
Al día siguiente todos se presentan con sus mejores caballos. Perseo avergonzado, no tenía nada que darle, pero promete conseguir también un caballo cueste lo que cueste.
"No Perseo, tú me traerás la cabeza de Medusa" le dice Polidectes.
Perseo no puede negarse o quedará ante los demás como un cobarde. Pero hay algo con lo que no cuenta Polidectes: los dioses están del lado de Perseo. Las Gorgonas eran tres hermanas: Eurilae, Esteno y Medusa. Sólo esta última era mortal. Eran unos seres horribles con la cabeza poblada por serpientes. Pero lo que las hacía realmente peligrosas es que su mirada convierte en piedra a toda criatura viviente que la contemplara.
Atenea se le aparece a Perseo y le dice lo que tiene que hacer. Debe ir en busca de las Grayas, las hermanas de las Gorgonas, pero al contrario que éstas no viven al otro lado del mundo sino en los confines de éste. Está lejos pero no es imposible llegar. Las Grayas no son jóvenes ni viejas, sencillamente nacieron con aspecto de ancianas. Están tan unidas que tienen un sólo ojo y un sólo diente para las tres. Pero eso no las hace menos terribles. El ojo nunca descansa pues se lo pasan entre las tres por turnos y el diente lo usan para devorar a los incautos que caen en sus manos. Perseo deberá ser muy hábil para poder sobrevivir. Debe esperar el momento exacto en el que el ojo pase de una mano a otra el único momento en el que las tres hermanas son vulnerables.
Perseo logra salirse con la suya y les arrebata el ojo y el diente. Las Grayas lanzan unos alaridos horribles y le suplican que les devuelva el ojo y el diente a lo que Perseo accede, pero antes deben decirle donde se encuentran sus hermanas las Gorgonas. Las Grayas no tiene más remedio que ceder a sus deseos y decírselo.
Ahora que ya sabe dónde se ocultan las Gorgonas, sólo necesita prepararse para enfrentarse a ellas. Para eso cuenta con la ayuda de los dioses y de las ninfas. Hades le da su casco que tiene el poder de la invisibilidad, Hermes le presta sus sandalias voladoras, Atenea le da la hoz con la que Cronos castró a su padre Urano y por último le entregan unas alforjas en las que guardar la cabeza de Medusa.
Perseo acude junto a las Gorgonas y las encuentra dormidas, rodeadas de todos aquellos cuya mirada ha convertido en estatuas de piedra. Atenea acude en su ayuda. Como es imposible mirar cara a cara a las Gorgonas sin convertirse en piedra, Atenea hace que la medusa se refleje en su escudo de manera que su poder desaparezca, pues sólo la mirada y no el reflejo de las Gorgonas produce los efectos letales de la petrificación. Perseo guiado por la imagen reflejada en su escudo corta la cabeza de Medusa y huye con las sandalias aladas.
Perseo recorre el mundo a toda prisa para rescatar a su madre de Polidectes, pero de camino se encuentra con una hermosa joven de la que se queda prendado, se trata de la hermosa Andrómeda la cual no está pasando precisamente por su mejor momento, al encontrársela encadenada a una roca junto al mar con el rostro encogido por el miedo. Intrigado, Perseo le pregunta a cerca del motivo de su situación. El rey Cefeo le cuenta que la joven es su hija Andrómeda. La madre de ésta, Casiopea, se jactó de ser más bella que las propias nereidas y en castigo Poseidón les envió un monstruo marino que se dedica a asolar el país, ante lo que sólo cabía una solución posible: que Andrómeda sea sacrificada al monstruo marino. Pero Perseo no se muestra muy convencido por la solución dada por el oráculo y se decide a salvar a la joven y vencer al terrible monstruo a cambio de conseguir la mano de su hija. Cefeo acepta y tras un combate heroico de Perseo contra el monstruo, éste logra vencerlo gracias a la cabeza de Medusa que aún estando muerta conserva intactos sus poderes y convierte al monstruo marino en una gigantesca mole de piedra que al instante se derrumba sobre el mar.
Perseo logra así casarse con la hermosa Andrómeda algo que no gustó mucho a su anterior pretendiente decidido a no permitirle a Perseo desposar a la que hubiera sido su prometida, tramando un intento de emboscada contra Perseo que acabó convertido en un hermoso grupo escultórico de gran realismo.
Finalmente Perseo consigue regresar junto a su amada al reino de Polidectes, en el que su padre adoptivo Dictis y su madre se han refugiado en un templo para huir del acoso del rey que espera tranquilamente el momento de tomar a Dánae pensando que se ha desecho del principal obstáculo para lograr sus deseos: Perseo.
Sin embargo, el joven no parecía tan muerto como se pensaba, y Perseo se presenta ante todos, el rey y su corte que no creen que Perseo haya realizado semejante proeza se burlan de él a lo que el joven no tarda en reaccionar y sacar ante la vista de todos la cabeza de Medusa, segundos después, todo el salón real aparece decorado por una colección de estatuas de piedra con expresión de terror e incredulidad, especialmente la de la estatua de Polidectes.
Agradecido a los dioses, Perseo devuelve todos los objetos mágicos a sus respectivos amos y le regala la cabeza de Medusa a la diosa Atenea, que desde entonces decidió incorporarla a su escudo. Habiendo liberado a su padre adoptivo y a su madre del peligro que se ceñía sobre ellos decide regresar a Argos el país de su madre, y la tierra que le corresponde como herencia como nieto legítimo del rey.
Acrisio se entera de que su nieto viaja para encontrarse con él y pone tierra de por medio. Cuando Perseo llega, no le encuentra. Está en un reino vecino, presenciando unos juegos. Perseo le sigue. Una vez allí, los organizadores le proponen participar en los juegos. Perseo acepta competir con el disco, y cuando lanza el disco, lo hace con tan mala fortuna que (mira tú por donde) mata a Acrisio.
Finalmente como nuevo rey de Argos decide intercambiar el reino con su tío y se convierte en soberano de Micenas.
12. El Ciclo del Minotauro
-El Rapto de Europa:
Cuenta la Mitología griega que Zeus se quedó completamente prendado de una mujer fenicia de Tiro llamada Europa, y que para seducirla adoptó la imagen de un hermosísimo toro blanco. Con este aspecto, Zeus se introdujo entre la manada de reses que poseía el padre de la joven y poco a poco se fue ganando su confianza. Cierto día cuando Europa y su séquito estaban recogiendo flores cerca de la playa, Europa se acercó al toro y le acarició los costados, viendo que el animal se mostraba manso, decidió subirse a su lomo, y en ese momento Zeus aprovechó la oportunidad para lanzarse corriendo mar a dentro hasta llevar a la joven a la isla de Creta donde le reveló su verdadera identidad y la poseyó bajo una platanera. Europa se convirtió así en la primera reina de la isla de Creta y su nombre bautizó al continente europeo. La imagen que en la actualidad encontramos en las monedas de dos euros de origen griego representan precisamente esta escena de la joven Europa montando a lomos de Zeus en forma de toro, como homenaje al mito que dio nombre a nuestro continente.
Zeus obsequió a Europa con tres regalos: un autómata de bronce, un perro que nunca soltaba a su presa, y una jabalina que nunca erraba en sus disparos. Y para que aquel episodio amoroso jamás fuera olvidado, Zeus recreó la forma del toro blanco en las estrellas dando origen así a la constelación de Tauro.

- El Primer Rey Minos:
De la unión de Zeus y Europa nacería Minos, quien se convertiría en el poderoso rey de Creta, y cuyo nombre serviría para designar a la “Civilización Minoica” existente en la isla de Creta con anterioridad a la civilización micénica y la civilización griega. Minos, junto con sus hermanos Radamantis y Sarpedón, fue criado por el rey Asterión de Creta. Y cuando éste murió, dio el trono a Minos, quien desterró a Sarpedón y (según algunas fuentes) también a Radamantis.
Minos reinó sobre Creta y las islas del mar Egeo tres generaciones antes de la Guerra de Troya. Vivía en el palacio de Cnosos por periodos de nueve años, al término de los cuales se retiraba a una cueva sagrada donde recibía instrucciones de Zeus sobre el gobierno que daría a la isla. Fue el autor de la constitución cretense y el fundador de su supremacía naval de la isla. A su muerte Minos fue elegido junto a su hermano Radamantis y a su hermanastro Éaco como jueces de los muertos en el mundo del más allá como premio a sus actos.
-El Laberinto del Minotauro:
El nieto del rey Minos recibió el mismo nombre que su abuelo, sin embargo el carácter y el talante de su nieto poco o nada tenían que ver con el de su abuelo. Un día Minos dirigiendo sus oraciones a Poseidón le prometió al dios de los mares que le sacrificaría la primera criatura que saliera del mar, en ese instante Poseidón hizo que saliera un hermoso toro para tal cometido, pero Minos, al verlo lo encontró tan hermoso que decidió incorporarlo a sus rebaños en lugar de ofrecérselo en sacrificio a Poseidón, tal y como había prometido, entonces Poseidón enfurecido por semejante afrenta le castigó haciendo que Pasifae, la esposa de Minos se enamorara locamente del toro divino hasta el punto de llegar a copular con él y quedar embarazada de un ser monstruoso mitad toro mitad humano que recibiría el nombre de “Minotauro” y que asolaba la isla de Creta hasta que fue sometido por Heracles en uno de sus doce trabajos y le encerró en el famoso laberinto del Minotauro ordenado construir por Minos a Dédalo el mejor arquitecto de la época para contener la furia descontrolada de semejante monstruo.
-El Vuelo de Ícaro:
Dédalo era un hombre de gran ingenio, un célebre artesano y mecánico famoso por ser el inventor de la escuadra, la plomada y el hacha. La construcción de una obra tan complicada como el laberinto duró un número increíble de años, pero el resultado final fue una maravilla que hizo famosa en todo el mundo a la ciudad de Minos.
El Minotauro, que fue recluido en el más oscuro lugar del laberinto, era considerado una manifestación de la divinidad y requería ser alimentado con carne humana. Las víctimas eran introducidas en las estancias y corredores infinitos del laberinto sin que nadie jamás lograra encontrar una salida, nada más entrar su suerte estaba echada, vagarían corriendo sin rumbo y sin descanso por aquel lugar siniestro hasta que en un determinado momento se toparan con el Minotauro y este los devorase.
Pero para que la obra fuera del todo perfecta, Minos quiso asegurarse de que nadie pudiera conocer los secretos del laberinto por lo que ordenó encerrar al propio Dédalo y a su hijo Ícaro en el laberinto. Dédalo sin poder contar con los planos que suponían la única esperanza de salida de aquel intrincado laberinto no encontraba solución alguna a su situación. Sin embargo, el ingenioso Dédalo no desistió en la búsqueda de la fórmula que les permitiera escapar de tan penosa situación y tras mucho pensar y analizar sus posibilidades desarrolló una idea que superaba en inventiva al diseño del propio laberinto, un ardid que les permitiera a él y a su hijo escapar de la prisión que el mismo diseñara a través de un invento mucho más audaz, unas alas tan ligeras como su propio ingenio y que supusiera la liberación de su prisión. Dédalo ayudado por su hijo procedió a reunir con una paciencia y una constancia infinita las plumas de las aves que llegaban al laberinto y las fue pegando con cera hasta elaborar dos pares de alas para él y para su hijo que se unieran a la espalda y permitiera la maniobrabilidad mediante el movimiento de los brazos.
Una vez terminado el trabajo, Dédalo llamó a su hijo y le habló de la siguiente manera: “Con estas alas que he construido para nuestra salvación, abandonaremos esta isla que la ingratitud de un tirano ha hecho inhóspita y funesta para nosotros, intentaremos atravesar el mar volando y alcanzar así una tierra más amiga en la que la ciencia y el ingenio gocen de la libertad de la que aquí hemos sido privados. Con esta creación podremos volar y alzarnos por encima de los hombres, pero te recomiendo que me sigas, que vueles a mi lado con prudencia, sin elevarte demasiado, pues aunque las alas son lo bastante grandes y resistentes como para soportar el peso de un hombre, si nos elevamos demasiado el calor del sol fundiría la cera, las plumas se dispersarían con el viento y nos precipitaríamos sin esperanza hacia las profundidades del océano”.
Así aconsejó Dédalo a su hijo, y poco después ambos comenzaron a agitar los brazos hasta alzarse en el aire sostenidos por las alas blancas que ellos mismos habían confeccionado bajo el infinito azul del cielo. Desde lo alto pudieron contemplar la isla de Creta con sus campos fértiles llenos de arados, sus bosques y sus rebaños al cuidado de los pastores, y poco después los azules intensos del mar y sus profundidades. Ícaro estaba eufórico, nunca antes había experimentado una emoción semejante, volaba seguro y feliz en el aire, y su espíritu intrépido y temerario ya no se conformaba sólo con volar, sino que le pedía más, probaba maniobras nuevas cada vez más audaces, se precipitaba hacia el suelo para luego elevarse de un impulso hasta llegar a sentir el deseo irrefrenable de querer llegar más arriba, de remontar hacia lo más alto del cielo olvidando por completo las indicaciones de su padre. Ícaro había perdido toda noción de templaza, prudencia o mesura y desoía las voces y los ruegos de advertencia de su padre quien desde su posición no cesaba de gritarle “¡Ícaro! ¿A dónde vas?, mantén más bajo tu vuelo, no quieras presumir de ti y de las frágiles alas que te sostienen... ¡Ícaro!”.
Pero Ícaro ya no le escuchaba, el ardor y los impulsos alocados propios de su inexperta juventud le impedían atender a las sabias palabras de Dédalo, y cada vez más embriagado por el aire puro, la luminosidad del cielo y la velocidad del vuelo, ascendía y ascendía cada vez más arriba hasta que el calor del sol comenzó a derretir poco a poco el armazón de sus alas, y las plumas comenzaron a desprenderse una a una hasta que Ícaro ya sin alas comenzó a precipitarse irremediablemente hacia la tierra, inútilmente trataba ahora de mantenerse suspendido en el aire o agitaba sus brazos con desesperación tratando de evitar ya lo inevitable, sus ojos parecían salírsele de las órbitas movidos por el pavor de una muerte inminente que terminó en un grito desgarrador y desesperado antes de hundirse para siempre en las plúmbeas aguas del Mediterráneo.
Dédalo destrozado e impotente ante la muerte de su hijo no pudo más que contemplar semejante escena y continuar con el corazón destrozado hasta llegar por fin a la ciudad de Cumas, donde según cuenta la tradición construyó un templo magnífico en honor a Apolo.
-El hilo de Ariadna:
El Minotauro encerrado en el laberinto construido por Dédalo se había convertido en un monstruo que sólo se alimentaba de carne humana y de no hacerse así lograba la manera de salir del laberinto para sembrar el terror y la muerte entre los habitantes de la isla de Creta.
Pero Minos tenía otro hijo, Androgeo, el cual estando en Atenas para participar en unos juegos deportivos en los que quedó vencedor, fue asesinado por los atenienses que heridos en su orgullo y cegados por los celos ante la fuerza y la habilidad que el joven Androgeo había demostrado. Al enterarse de tan terrible noticia, el rey Minos juró vengarse, reunió a su ejército y lo hizo marchar contra Atenas, ciudad a la que pilló totalmente desprevenida viéndose obligada a capitular y rendirse a las condiciones de paz que impusiera el atormentado rey Minos. El rey cretense recibió con gran dureza a los embajadores atenienses y se dirigió a ellos con las siguientes palabras: “Habéis matado bárbaramente al hijo que era la esperanza y el sostén de mi vejez. Mis condiciones para la paz son éstas: Atenas enviará cada nueve años siete jóvenes y siete doncellas a Creta, para que con su vida paguen la de mi hijo”.
Los embajadores se sintieron presos por el terror cuando el rey añadió que los jóvenes atenienses serían ofrecidos al Minotauro, pero no les quedaba otra opción, así que los atenienses tuvieron que aceptar. Sólo lograron arrancarle una concesión al rey Minos, y es que si alguno de los jóvenes enviados conseguía el triunfo en la empresa imposible de matar al Minotauro y de salir vivo del laberinto, la ciudad se libraría de pagar tan atroz tributo.
Pero el tiempo fue transcurriendo y por dos veces hubo Atenas de desprenderse de tan preciado pago como el envío de sus jóvenes hacia una muerte segura. Por dos veces zarpó una nave ateniense impulsada por velas negras para conducir a catorce jóvenes hacia su suerte atroz, pero cuando llegó el día en que el barco hubiera de zarpar por tercera vez y se procediera al sorteo del nombre de las víctimas, Teseo, el único hijo del rey de Atenas, Egeo, decidió arriesgar su propia vida para librar a la ciudad de tan terrible carga. Teseo y sus compañeros decidieron embarcarse al día siguiente y Egeo fue a despedir a su hijo entre lágrimas pidiéndole que pusieran velas blancas a la embarcación cuando estuvieran de regreso, así pues partieron de Atenas y a los pocos días llegaron a Creta, donde un hambriento Minotauro recluido en su laberinto aguardaba la llegada de sustento fresco entre terribles mugidos que helaban el corazón.
La tradición ordenaba que hasta el momento de llevarse a cabo el sacrificio, los jóvenes y doncellas atenienses permanecían custodiados en una casa a las afueras de la ciudad en la que las futuras víctimas eran tratadas con honores de reyes, las estancias de esta casa estaban rodeadas por un parque que limitaba con un jardín en el que Fedra y Ariadna, las hijas del rey Minos, solían pasear. La fama a cerca del valor y la belleza de Teseo habían llegado a oídos de las princesas y Ariadna, la hija mayor de Minos, movida por la curiosidad, andaba en anhelos de conocer al príncipe ateniense. Cuando por fin logró su deseo y pudo contemplar al apuesto Teseo, Ariadna quedó prendada de inmediato de aquel joven, y no dudó en hacer todo lo posible por ayudarle, así que tras asegurarse de que nadie los veía, se dirigió a Teseo con algo entre las manos y le dijo: “Toma este ovillo de hilo, pues en él encontrarás la única salvación posible para ti y para tus compañeros, cuando entréis en el laberinto ata un cabo del hilo en la entrada y conforme vayáis penetrando en la prisión del terrible Minotauro id dejando una hebra para que luego os sirva de guía, así si lográis vencer o escapar del Minotauro podréis hallar la salida al volver a enrollar la madeja de hilo. Y toma también este puñal, pues sólo con él podrás enfrentare al monstruo sin miedo hasta atacarlo y herirlo, no temas, te estaré esperando”. Tras decir estas palabras, sacó de entre los pliegues de su vestido un puñal y un ovillo de hilo y se lo entregó a Teseo y mirándole a los ojos volvió a decirle: “Estoy arriesgando mi vida por ti, si mi padre supiera que te estoy ayudando sufriría su cólera infinita, así que si alcanzas la victoria y logras salir de los peligros que te aguardan, te ruego que me salves también a mí y me lleves contigo”. Tras decir esto los dos jóvenes se fundieron en un profundo abrazo mientras las lágrimas les resbalaron por las mejillas, por fin hubieron de despedirse sin saber a ciencia cierta si ese sería su último adiós.
Al día siguiente, Teseo fue conducido al laberinto y cuando penetró en él lo suficiente como para no ser visto, ató un extremo de hilo del ovillo al muro y dejó que el hilo se fuera extendiendo mientras emprendía su camino al encuentro del Minotauro guiado por los mugidos del monstruo enfurecido por el hambre al que tendría que enfrentarse armado tan sólo de un puñal. Teseo se fue perdiendo poco a poco entre los enmarañados laberintos de corredores interminables hasta perder toda orientación y no distinguir muy bien entre izquierda o derecha, norte o sur, este u oeste, por fin al encontrar un corredor que llevaba hasta una extraña gruta encontró allí la guarida del terrible Minotauro que nada más verlo se le lanzó con un espantoso bramido aterrador, pero Teseo supo anticiparse y alzó su brazo con el puñal en el extremo de su mano de tal forma que al abalanzarse sobre él el monstruo éste se hirió el mismo de muerte al clavársele el puñal en el pecho. El Minotauro lanzó un último mugido que resonó en las salas del laberinto como un trueno entre los picos de las montañas y expiró su último aliento.
Teseo comenzó entonces a recoger el hilo de Ariadna a toda prisa para reencontrarse y liberar a los jóvenes a los que había pedido que le esperaran en uno de los corredores que había junto a la salida del laberinto, mientras él se enfrentaba al Minotauro. Con la muerte del Minotauro Teseo no sólo liberó a sus amigos de una muerte segura, sino que también libró a Atenas de su deuda con el rey Minos.
Cuando por fin en el puerto la nave de los atenienses se disponía a zarpar de vuelta al Ática, dos figuras se deslizaron ocultamente en la embarcación protegidas por el propio Teseo quien cumplió su promesa a Ariadna y le dio cobijo en su nave que pronto pondría rumbo a Atenas, junto a Ariadna, su hermana Fedra también quiso embarcar por ser incapaz de separarse de su amada hermana. Y así fue cómo los tres emprendieron el viaje hacia una nueva vida lejos de la mítica isla de Creta.
En diversas versiones del mito se cuenta que luego Teseo hubo de fondear en la isla de Nasos por culpa de una tormenta y que allí perdió a Ariadna, la cual tras quedarse dormida en un bosque fue buscada infructuosamente por toda la tripulación hasta que finalmente hubieron de zarpar dándola por muerta, y que al despertar Ariadna se encontraría con el dios Dioniso quien se enamoraría de ella y la haría su esposa haciéndola inmortal. En cambio Teseo profundamente afligido por haber perdido a su amada heroína olvidó cambiar las velas negras del barco y al llegar a Atenas y ser contempladas por su padre, el rey Egeo, éste se suicidó arrojándose al mar pensando que su hijo había fracasado en su misión y había muerto, y que desde ese momento el mar que baña las costas de Grecia recibió su nombre: el Mar Egeo.
13. Los Trabajos de Hércules:
Hércules es sin lugar a dudas el héroe más poderoso de la Antigüedad, según algunos mitos incluso llegó a ascender al Olimpo y convertirse en un dios tras su muerte. De hecho fue adorado como tal y su culto estuvo bastante extendido en Grecia y Roma. Lo que caracteriza al héroe griego es su doble naturaleza contradictoria mitad divina y mitad mortal, lo que hace que estos seres tengan una existencia bastante difícil al tener aspiraciones, sentimientos y reacciones propias de un dios pero con las limitaciones que un cuerpo mortal les produce.
Hércules nació en Tebas, su madre Alcmena era hija a su vez de Electrión el rey de Micenas y sobrino de Perseo. El padre de Hércules no es otro que el mismo Zeus, el señor del Olimpo, por lo que desde el mismo momento de nacer nuestro héroe se convierte en la presa del odio de Hera, la diosa que humillada de nuevo por las infidelidades de su marido se convertirá en el azote perpetuo de Hércules desde el mismo instante de su nacimiento cuando nada más ponerlo en la cuna Hera hace que dos enormes serpientes pitón intenten acabar con su vida, a lo que Hércules todavía un bebé responde estrangulando a los dos animalitos con los que la diosa le ha obsequiado.
Hércules recibió una educación exquisita, fue ejercitado en la gimnasia, la música, el canto, la lucha... aunque en este último arte tuvo algún problema por no encontrar rival y su maestro de música, el mismísimo Lino hijo de Apolo acabó su vida a manos de un ataque de furia de Hércules quien lo mató en un momento de ira. Hércules representa el hombre sometido a sus propias pasiones irrefrenables, que llegan a la locura y le hacen cometer delitos, quizá por ello su madre le alejó de Tebas y le envió a vivir al campo al pie del monte Citerón donde vivió en una familia de pastores sencillos. Cuando alcanzó cierta edad Hércules dejó la familia de pastores con los que se había criado y se dirigió a Delfos a consultar el oráculo de Apolo para purificarse por haber matado a Lino. Apolo le respondió por boca de su sumo sacerdote que debería ir a Tirinto en la Argólida a servir al rey Euristeo en todo lo que éste le ordenara.
Y aquí es donde comienzan los famosos doce trabajos de Hércules. Cuando Euristeo lo tuvo a su servicio le envió una serie de empresas que parecían imposibles de alcanzar para ningún mortal, pues Euristeo temía que Hércules le desposeyera de su poder. Su primera misión fue matar al león de Nemea, una fiera invulnerable y muy temida que vivía en los bosques de la Argólida de donde salía con frecuencia para devastar las cosechas y atacar a los hombres y al ganado. Hércules intentó herirlo con sus flechas, pero éstas ni siquiera lograron hacerle el menor rasguño, ni tampoco los golpes de su enorme clava lograron herir al animal. Entonces Hércules decidió seguir a la fiera hasta su guarida y allí la agarró, la apretó entre sus fuertes brazos y la ahogó. Después la descuartizó y con la piel del león se hizo un atuendo que llevó puesto el resto de su vida como emblema personal.
Al año siguiente, Hércules tuvo que ir a luchar contra la hidra del pantano de Lerna. La hidra era un monstruo acuático que tenía forma de reptil y nueve horribles cabezas con la particularidad de que, si se cortaban, volvían a crecer, a menos de que las nueve fueran destruidas a la vez de forma simultánea. Hércules encontró entonces la manera de superar la prueba incendiando un bosque y arrojando en medio del fuego al monstruo, cuyas cabezas se quemaron todas a la vez.
En Arcadia vivía un jabalí de enormes proporciones e increíble ferocidad. Su persecución y su captura constituyeron el tercer trabajo de Hércules. Inmediatamente después Euristeo ordenó al héroe que capturase para él una cierva de cuernos de oro y de patas de bronce que vivía en los riscos del monte Cerineo. La cierva estaba consagrada a Artemisa, la diosa de la caza, y de ella se decía que era rápida como el viento. Hércules tuvo que seguirla sin descanso durante un año entero, atravesando muchas regiones, hasta el país de los hiperbóreos, una región en el confín de la tierra consagrada a Apolo, eternamente cubierta de nieve y hielo. Allí, por último consiguió alcanzar a la cierva, exhausta. La ató, se la echó a la espalda y se la llevó a Euristeo.
Cerca del lago Estínfalo, en Arcadia, vivían unos pájaros grandes como águilas, sus garras y sus picos eran de bronce, y podían lanzar sus plumas, duras, como el acero, como si fuesen afiladas flechas. De esta manera mataban a los viajeros para poder alimentarse con sus cuerpos. Hércules les obligó a levantar el vuelo haciendo resonar un tambor que le había regalado Atenea y cuando todos estuvieron en el aire, los atravesó con las flechas de su arco infalible.
El sexto trabajo que tuvo que llevar a cabo Hércules fue sugerido al desleal e implacable Euristeo por su hija Admeta. En Capadocia, a orillas del mar Negro, vivía el pueblo de las amazonas, fieras y feroces mujeres guerreras. Admeta deseaba el precioso y legendario cinturón que Ares le había regalado a la reina de las amazonas, Hipólita. Hércules hubo de entablar para ello una batalla espantosa en la que dio muerte a Hipólita apoderándose del cinturón que Admeta deseaba. Se cuenta que en el último asalto Hércules e Hipólita se enamoraron pero ya fue demasiado tarde pues no pudieron detener el ataque.
La imaginación de Euristeo para encontrar nuevas empresas y misiones para Hércules parecía ciertamente inagotable pues al ver que no había caza, lucha o batalla en las que el héroe no fuera superior a su oponente, pensó someterlo a pruebas de otro tipo. El séptimo trabajo fue el de limpiar el inmenso establo del rey Augías. Este rey, según el mito, tenía tres mil cabezas de animales desde hacía treinta años y no había limpiado el establo ni una sola vez. (Se ve que la higiene no estaba entre las prioridades de este monarca). Cuando Hércules se presentó para cumplir el desagradable encargo, el rey estuvo tan contento que le prometió trescientos bueyes para cuando hubiera terminado el trabajo. Hércules hizo desviar el curso del río Alfeo y, habiendo abierto una brecha en el muro de los establos reales, condujo hasta allí la corriente, que en poco tiempo limpió el estiércol.
Con el pretexto de que había sido el río y no el propio Hércules quien había limpiado el establo, Augías no cumplió su promesa, entonces Hércules lleno de cólera lo mató y puso en su trono a su hijo Fileo.
El octavo trabajo fue el de capturar vivo al toro de Creta. En Creta reinaba Minos del que ya hablamos anteriormente, el cual habiendo prometido sacrificar a Poseidón lo primero que saliera de las olas al ver el maravilloso ejemplar taurino que salió del mar fue incapaz de sacrificárselo y Poseidón iracundo por ello lo convirtió en una fiera salvaje e indomable que comenzó a devastar la región haciendo cundir el terror y la ruina por todas partes. Hércules consiguió descubrir al animal, lo agarró por los cuernos y con su enorme fuerza le torció el cuello hasta derribarlo; después lo aprisionó en una red y habiéndoselo cargado a la espalda se lo llevó a Euristeo. Les llegó luego el turno a los caballos de Diomedes, rey del pueblo de los bistones en Tracia, donde el rey alimentaba a sus corceles sanguinarios y feroces con carne humana obtenida de los pobres extranjeros que acudían pidiendo hospitalidad debido a las tempestades. Hércules, tras haber matado a Diomedes lo arrojó como última comida a los caballos de este rey a los que mató más tarde.
Para llevar a cabo su décimo trabajo, Hércules tenía que emprender un largo y peligroso viaje hacia una isla lejana, situada en medio del océano, que se llamaba Eritea, donde vivía Gerión, un monstruoso gigante de tres cuerpos. El monstruo poseía un gran rebaño de hermosos becerros y de enormes bueyes que Hércules debía robar y llevar a Euristeo las reses más hermosas. Partió, atravesó el estrecho de Gibraltar separando las tierras de Europa de las África por el estrecho de Gibraltar donde colocó dos columnas que se convertirían en el famoso límite occidental del mundo conocido y después llegó a la isla remota situada en algún lugar cercano al Guadalquivir donde tras una lucha feroz vencería a Gerión apoderándose de sus bueyes. Hércules se convertiría así en la principal divinidad de Cádiz, la ciudad más antigua de Occidente cuyo emblema se convertiría en el escudo de Andalucía.
El undécimo trabajo está lleno de pormenores fabulosos y detalles mágicos que devuelven al héroe griego a tierras andaluzas con el cometido esta vez de encontrar el misterioso Jardín de las Hespérides, las ninfas hijas de la Noche que custodiaban unos árboles prodigiosos que producían manzanas de oro, de las que Euristeo se había encaprichado. Hércules vagó por los límites occidentales del mundo recorriendo toda Andalucía, o dicho más poéticamente, se pasó los días vagando a lo largo y ancho del “País del Atardecer” hasta que finalmente y a punto de desistir una ninfa le ayudó diciéndole que sólo Nereo conocía el camino para llegar hasta el corazón de aquellas extrañas tierras donde se ocultaba dicho jardín. Este dios marino poseía la facultad común de todas las deidades del mar de cambiar su forma mil veces, pero aunque se convirtió en león, en serpiente e incluso en fuego para hacer huir al héroe, Hércules no desistió y consiguió encadenarlo y lo mantuvo preso hasta que no le dijera cómo hallar el famoso Jardín de las Hespérides. Finalmente Nereo cedió y le dijo cómo encontrarlas en algún lugar misterioso y secreto cerca de donde el titán Atlas purgaba su resistencia en frente a los olímpicos durante la titanomaquia soportando el peso de la bóveda celeste sobre sus hombros durante el resto de la eternidad.
Hércules se presentó frente a Atlas y se ofreció a ocupar su lugar por algún tiempo a cambio de que fuese a buscar para él las manzanas e oro. Atlas aceptó y de esa manera Euristeo vio de regresar a Hércules triunfante por undécima vez.
El último trabajo de Hércules consistió en descender al Inframundo y capturar a Cerbero, el feroz perro de tres cabezas que guardaba las puertas del Averno. Siguiendo el consejo de Hermes, Hércules se aventuró sin armas por el reino de las sombras, y así, con sólo la fuerza de sus brazos, se enfrentó con el monstruo que se defendía del ataque con furiosos mordiscos. Por fin consiguió encadenarlo y con el permiso de Hades se lo llevó a Euristeo quien se asustó tanto que le ordenó que lo llevara de inmediato al lóbrego mundo de Hades. Con este duodécimo trabajo Hércules terminó de purificarse, y al mismo tiempo se libró de la obligación de servir a Euristeo.
La interpretación tradicional de este mito ve en Hércules el símbolo de la lucha milenaria del hombre contra las fuerzas ciegas de la naturaleza, combatiendo a las fieras, abonando la tierra para su cultivo, cambiando y regulando el curso de los ríos y torrentes y haciendo la tierra habitable y fecunda.
Pero la epopeya de Hércules no termina aquí, un sin fin de mitos griegos y romanos continúan sus andanzas y aventuras hasta concluir con la vida del héroe de forma trágica. Desde aquí animamos al lector a que los descubra por si mismo, introduciéndose un poco más en el basto y riquísimo mundo de la mitología, descubriendo sus símbolos, misterios y significados.
14. Los Dióscuros: Cástor y Pólux.
De la unión de Zeus y Leda, en la que el señor del Olimpo adoptó la forma de un cisne para seducir a su nueva conquista amorosa nacieron cuatro hijos: la célebre Helena de Troya, Clitemnestra, Cástor y Pólux.
Centrándonos en la figura de los dos hermanos que acabarían por convertirse en la constelación de Géminis, existen numerosas historias, los dos hermanos eran conocidos como los Dióscuros (que literalmente significa “hijos de Zeus”) en relación a su parentesco con este dios, aunque en realidad sólo Pólux era de origen divino mientras que Cástor tenía una naturaleza mortal al tratarse en realidad de hijo legítimo del rey Tindareo, el cual había mantenido relaciones sexuales con Leda poco después de que ésta se hubiera unido a Zeus.
Cástor y Pólux se hallaban muy unidos y se profesaban un inmenso amor fraternal el uno al ogro. Ambos destacaban por sus habilidades físicas, Cástor era un jinete consumado mientras que Pólux era especialista en el arte del pugilato. Su fama como atletas se extendió por toda Grecia y los dos hermanos no tardaron en alcanzar la gloria y la fama.
Ambos emprendieron diversas empresas heroicas, fechorías o aventuras, según se mire, entre las que destacaría el secuestro de sus primas Hilaira y Febe que aunque ya estaban comprometidas fueron raptadas por sus primos aún ganándose con ello la enemistad justificada de su tío.
Cuando Jasón emprendió el arriesgada expedición de los argonautas en busca del vellocino de oro, Cástor y Pólux no dudaron en ayudarle formando parte de una tripulación llena de personalidades tan importantes como la del propio Hércules, un periplo en el que los hermanos pudieron hacer amplia gala de sus facultades.
Pero la vida de aventuras y de hazañas arriesgadas no les permitiría una vida muy larga, y el mortal Cástor moriría en una de sus arriesgadas aventuras mientras que el inmortal Pólux quedaría desolado al no poder evitar la muerte de su hermano y aún peor pasar el resto de la eternidad alejado de su compañía, por lo que tomó la decisión de suplicarle a su padre Zeus que le permitiera compartir su inmortalidad con la de su hermano uno de cada dos días. De esta manera, ni siquiera la muerte pudo separa a estos dos hermanos que tanto se querían.
El culto de los Dióscuros una vez divinizados se extendió desde Esparta a toda Grecia, y más tarde a Sicilia e Italia donde fueron considerados dioses marinos. Fueron considerados protectores de los juegos gimnásticos y como inspiradores de los cantores en las actuaciones de las festividades. Su culto fue tan popular en Roma que llegaron a tener un templo en el foro romano frente al de Vesta y a tener una fiesta propia el día quince de julio.
15. El Viaje de los Argonautas:
El viaje lleno de aventuras y de acontecimientos intrépidos que conducen hasta el mítico vellocino de oro, constituye el argumento de una de las epopeyas más renombradas de la antigüedad. Se trata de una empresa colectiva de la que formaron parte un gran número de héroes entre los que destacarían nombres como el de Hércules, telamón (el padre de Áyax, Peleo y Aquiles), Cástor, Pólux, y muchos otros.
No obstante el mito se centra en la figura de Jasón, sobre el que recaería la jefatura de la misión, quien en comparación con el resto de los argonautas y sus capacidades sobrenaturales, se nos muestra con un carácter especialmente humano y cercano. De hecho, no se trata de un hombre invencible con capacidades divinas como es el caso de Hércules, sino más bien de un hombre cuyos mayores dotes son cualidades como el valor y la voluntad que le permiten el sobrellevar de alguna manera unos acontecimientos que parecen desbordarle en todo momento, y que pretende controlar tenazmente.
Jasón es el príncipe de Orcómeno en la región de Beocia, pero su padre es depuesto y exiliado del país por su hermano Pelias, un tirano de tintes maquiavélicos que no contento con haberse apoderado de forma fraudulenta con el trono, desea exterminar la estirpe de su hermano y eliminar a los posibles pretendientes a sucederle o deponerle, esto es de Jasón.
Para evitar que Jasón corriera peligro cuando todavía no era más que un niño, sus padres decidieron esconderlo y entregarlo al cuidado de Quirón, el más sabio de los centauros, maestro de héroes, y así fue como Jasón al igual que Aquiles lo haría más tarde, creció y fue educado en las faldas del monte Pelión, en la región de Tesalia donde moraba Quirón. Cuando Jasón alcanzó la edad de veinte años, Jasón solicitó el permiso a Quirón para ir a la ciudad de Yolcos donde residía el rey Pelias y expulsar al usurpador del trono, y Quirón se lo permitió y le animó además a acometer la empresa.
Cubierto con una piel de león, Jasón se pone en camino y al llegar a cierto punto de su viaje se encontró con una pobre vieja que no sabía cómo cruzar el curso de un río cuyas aguas eran muy caudalosas. Jasón decidido a ayudar a la anciana se la cargó a los hombros y la llevó hasta el otro extremo de la orilla, pero en la mitad de la corriente perdió una sandalia. La anciana no era ni más ni menos que la diosa Hera que tras mostrarse ante Jasón en su aspecto divino le prometió ayuda en el futuro.
Mientras tanto Pelias consultó al oráculo a cerca del futuro de su reinado y el oráculo le respondió que si quería evitar la desgracia se guardara del hombre que se presentara ante él con una sola sandalia. Por eso cuando Pelias vio por primera vez a Jasón estaba ya prevenido y trató de evitar el peligro utilizando la astucia. Pelias acogió benignamente a su joven sobrino y estableció un pacto con él. Su tío le devolvería el trono y todas las riquezas de su padre si conseguía traerle el mítico vellocino de oro, una empresa imposible en la que de aceptar se esperaba que Jasón perdería la vida.
El vellocino de oro era ni más ni menos que la piel de un carnero divino que se encontraba colgado de las ramas de una encina consagrada a Ares en la lejanísima Cólquide, allá en la extremidad más oriental del mar Negro. Pero aquel viaje largo y arriesgado plagado de peligros no era el único obstáculo para alcanzar el preciado vellocino de oro, sino que además esta reliquia se hallaba custodiada por un dragón espantoso cuya mera visión era capaz de insuflar el miedo aún en los corazones más valerosos.
A pesar de todo Jasón aceptó el reto y ordenó construir una nave de cincuenta remos que recibió el nombre de Argos en honor a su constructor, y sus tripulantes conocidos como los argonautas, no serían otros que aquellos que viajan en la nave de Argos. Respondiendo a la llamada de Jasón, los héroes más fuertes, poderosos y famosos de toda Grecia no dudaron en acompañarle y así fue cómo junto a él se embarcaron personajes míticos de la talla de: Hércules, los dióscuros Cástor y Pólux; Hequión, Telamón, Peleo, los hijos de Boreas el dios del viento del norte, Calais y Cete; Teseo, el héroe de Atenas; Tideo, Linceo cuya vista era prodigiosa, Asclepio el hijo de Apolo que más tarde habría de convertirse en el dios de la medicina, Orfeo, Mopso, Idmón y así muchos más hasta completar una lista de cincuenta y cinco argonautas.
La nave zarpó del puerto de Armino, ovacionada por la multitud y con los mejores auspicios, un viento favorable sopló impetuosamente sobre las velas, pero el viaje estuvo lleno de aventuras. Una violenta tempestad golpeó los flancos de la nave y poco después los héroes se vieron obligados a desembarcar para reparar los daños. Apenas pusieron los pies en la isla de Cícico, fueron asaltados por unos monstruos gigantes de seis brazos que arrojaron sobre ellos enormes piedras; entonces Hércules con su arco infalible logró matar a muchos y poner en fuga a los restantes. Poco después en las lejanas costas de Misia en la actual Turquía, lindando con el mar de Mármara, las ninfas náyades se enamoraron de Ila, el hermoso hijo de Hércules y lo raptaron, entonces Hércules tuvo que abandonar a sus compañeros para iniciar la búsqueda del joven.
Una vez llegados a las costas de Tracia, en la actual Turquía europea, los argonautas encontraron al feliz adivino Fineo, éste que era ciego, había sido castigado por Zeus con una terrible condena por haber revelado demasiado a los hombres a cerca de los secretos del porvenir: cada vez que deseaba comer, las harpías, unos horribles pájaros con cabeza de mujer y cuerpo de cuervo, volaban sobre él y dejaban caer sobre sus alimentos un líquido infecto. Los hijos de Boreas, Calais y Cete acudieron en su ayuda y soplando dispersaron a los maléficos monstruos. A cambio de su liberación, el adivino Fineo advirtió a los argonautas de un grave peligro i9nminente y les enseñó el modo de superarlo, se trataba de dos escollos situados en la boca del mar Negro, que hacían naufragar a las naves que se aventuraban en dicho mar.
Después de superar estos y otros muchos peligros, los argonautas alcanzaron la Cólquide. Allí a los pies de la cordillera más imponente del Cáucaso, en la que resonaban los lamentos de Prometeo encadenado, reinaba el rey Aetes, el cual no puso impedimento a las pretensiones de Jasón, pero antes de apoderarse del vellocino de oro, el héroe tendría que superar una ardua prueba: debería uncir un arado a dos toros salvajes que arrojaban llamas por la nariz, abrir un surco y sembrar en él los dientes de un dragón de los que nacerían unos guerreros gigantescos que Jasón habría de perseguir y derrotar hasta la muerte.
Jasón jamás habría logrado superar esa prueba de no haber logrado los favores de Medea, la hija del propio Aetes, la bruja más poderosa de la antigüedad. Medea le dio un ungüento que tenía el poder de convertir en invulnerable a quien lo usara, y una piedra que el héroe debía lanzar contra los gigantes. Con los miembros cubiertos por el bálsamo mágico, Jasón consiguió uncir a los toros sin que las llamas de sus narices le abrasaran y acabar con la enorme cantidad de guerreros que uno tras otro iban surgiendo de los dientes del dragón que él mismo había sembrado. Por fin, cuando sus adversarios estaban a punto de acabar con él, Jasón lanzó contra ellos la piedra mágica que le había dado Medea y su poder hizo que aquellos guerreros sobrenaturales indestructibles se lanzaran unos contra otros hasta exterminarse mutuamente.
Por fin Jasón pudo adentrarse en el interior del bosque en el que se hallaba el vellocino de oro, momento en el que Medea llamó a Hipnos el dios del sueño para que adormeciera los miembros del monstruo que guardaba la reliquia sagrada de oro. Así, Jasón pudo apoderarse del vellocino y regresar a su nave acompañado por Medea y volver así a Grecia a donde ambos regresarían felices.
Este mito al igual que en cierta medida el mito de los trabajos de Hércules, fue interpretado como una tradición mítica surgida de la exploración del Mediterráneo por parte de los griegos tras iniciar éstos su expansión colonial hacia las regiones más orientales del Mediterráneo y del mar Negro, o a los puntos más alejados de la península ibérica con su mítico Jardín de las Hespérides en el extremo occidental del mundo. Pero bien podría tener un origen mucho más remoto que se remontara a la exploración marina misma con el nacimiento de las primeras embarcaciones y el desarrollo primigenio de las primitivas artes de la navegación.
16. El Ciclo Troyano: La Ilíada:
Durante el banquete nupcial de la boda del Rey Peleo y la nereida Tetis con la presencia de los dioses, apareció de repente Eris, la diosa de la discordia que no había sido invitada para que no los perturbase a los presentes con su influencia. Eris agraviada por ese hecho, lanzó una manzana al aire en la que podía leerse la inscripción "para la más bella". Las Nereidas, no se atrevieron a solicitar la manzana estando presentes diosas tan bellas como Afrodita, Hera, o Atenea, quienes sí se disputaron aquel obsequio envenenado.
Zeus no queriendo entrometerse en la disputa y granjearse los odios de su esposa o de alguna de las otras diosas se abstiene de dirimir la disputa y ordena a Hermes que lleve las diosas en presencia de Paris príncipe de Troya e hijo de Príamo y Hécuba, y que sea él el juez de tan inesperado certamen de belleza.
Al llegar las diosas al monte Ida, ya bañadas y arregladas cuidadosamente, se preparan para sobornar a Paris. Hermes entrega a este la manzana y las instrucciones de Zeus y pide a las diosas que posen sucesivamente ante él.
Atenea le ofrece hacerlo invencible en la guerra; Hera le promete convertirlo en soberano de Asia o de todos los hombres; y Afrodita le ofrece el amor de Helena, la más bella de las mujeres. Paris, sorprendido por la propuesta de Afrodita, pregunta que de qué forma podría convertirse en esposa de Helena si ésta ya ha sido desposada con el Menelao, rey de Esparta, a lo que Afrodita le responde que lo deje de su cuenta. Paris entrega la manzana a Afrodita resultando así ganadora del certamen.
Se cuenta que antes de que Paris naciera, Hécuba, su madre soñó que daba a luz un tizón ardiendo, su hijastro Ísaco profetizó que ese hijo traería la ruina y la destrucción de Troya aconsejando que acabaran con su vida en cuanto naciera.
Al nacer, su padre Príamo lo entrega a un servidor suyo, de nombre Agelao, para que lo abandone en el monte Ida, allí sería amamantado por una osa y posteriormente es encontrado por Agelao, el cual lo cría como si fuera su propio hijo y le da el nombre de Paris.
La guerra de Troya es sin duda el mito más importante de la mitología griega, siendo recogido uno de sus episodios por Homero en la Ilíada, el pilar sobre el que se sustenta la literatura de la civilización occidental. Se trata de una historia romántica y con un gran atractivo humano: nos encontramos ante la historia del hombre y su lucha por la vida frente al destino y los dioses.
Paris visita la ciudad de Esparta en la que Helena y Menelao acaban de tener a una hija: Hermione. Menelao recibió a Paris en su casa, pero Paris con la ayuda de Afrodita le respondió a su hospitalidad raptando a Helena y escapando con ella hacia Troya.
Ofendido por tamaña afrenta, Menelao no duda en convocar una expedición para recuperar a su esposa en la que convoca a los mayores héroes y nobles de toda Grecia y en la que contarán con las simpatías de Hera y Atenea, las diosas que salieron perdiendo en el juicio de Paris.
Menelao utilizó una estrategia muy buena para conseguir un buen ejército. Reunió a todos los pretendientes de Helena y a todos los reyes y nobles de Grecia para poder recuperar a su esposa. El jefe de las fuerzas griegas era Agamenón, rey de Micenas y hermano de Menelao. Todos los héroes griegos acudieron de todo el continente para cruzar el río Egeo y dirigirse hacia Troya.
Algún rey, como fue el caso del astuto Ulises, también conocido como Odiseo, fingió padecer locura para no ir a la guerra porque sabía que de participar en ella jamás regresaría a los brazos de su amada Penélope ni volvería a ver las costas de Ítaca. Ni tampoco quería que fuera a la guerra su joven hijo Telémaco a quien disfrazó de mujer y envió a Esciros para mezclarlo con las hijas del rey Licomedes. Durante su estancia se casó con una de estas hijas, Didamía.
Más tarde, Odiseo que finalmente no pudo rehuír de sus obligaciones militares, se dio cuenta de que sin Aquiles no conquistarían Troya y fue a buscarlo. La enorme fuerza militar griega formada por Agamenón, Menealo, Odiseo, Áyax, Diomedes y Aquiles, estaba lista para zarpar, pero el viento se mantuvo en su contra. Finalmente, el profeta Calcante reveló que la diosa Artemis exigía el sacrificio de la hija de Agamenón, Ifigenia, antes de que el viento cambiase de dirección. Agamenón se horrorizó, pero la opinión general le obligó a realizar aquella aberración. Ifigenia, convocada con el pretexto de que iba a casarse con Aquiles, fue apuñalada sobre el altar, y de esta forma funesta el viento cambió y los barcos zarparon. Pero los actos de Agamenón no quedarían impunes.
Tras comenzar el asedio de Troya Aquiles y Agamenón entran en conflicto por ver quién tenía la máxima autoridad en la expedición. Aquiles y Agamenón se repartieron el botín de guerra conseguido pero Agamenón para reafirmar su autoridad sobre la de Aquiles, el héroe invulnerable hijo de de la nereida Tetis, le quitó a la joven esclava Briseida.
Aquiles en respuesta montó en cólera por sentirse insultado y humillado en su honor, y aún más cuando había sido él quién había hecho la parte más importante para conseguir el botín de guerra al que Agamenón creía tener derecho. Como consecuencia, Aquiles se retiró a su tienda y decidió no tomar más parte en la lucha.
La guerra se fue agravando poco a poco y los griegos sufrían una fuerte presión sin Aquiles. Agamenón se vio forzado a ofrecer a Aquiles riquezas de todo tipo y la devolución de Briseida, pero el gran guerrero se negó.
Patroclo, el mejor amigo y compañero de Aquiles, decidió participar dirigiendo sus tropas con la armadura del propio Aquiles y finalmente, fue asesinado por Héctor, el mejor guerrero de los troyanos. Aquiles, desgarrado por la pérdida de su mejor amigo al que amaba tanto como a si mismo, se reconcilió con Agamenón y regresó al campo de batalla para vengar la muerte de Patroclo. Tras haber matado a muchos troyanos y sobrevivir al ataque del río Escamandro, Aquiles pudo finalmente encontrar a su principal adversario, Héctor.
Finalmente, ambos héroes se encontraron y tras dar tres vueltas a la muralla de Troya, se enfrentaron cara a cara. Aquiles envió su lanza a la garganta de Héctor y posteriormente lo sometió a numerosas vejaciones para vengar la muerte de su amado Patroclo.
A continuación, Aquiles organizó un funeral en honor a su amigo Patroclo. Los restos de Patroclo se pusieron en una urna y se enterraron en un montículo. Cada día, al alba, Aquiles arrastraba el cuerpo de Héctor alrededor del montículo. Príamo, padre de Héctor, se dirigió al campamento de Aquiles para pedirle que enviara el cuerpo de Héctor a Troya para poder darle un funeral digno por su muerte. Finalmente Aquiles se conmovió ante las súplicas de un padre que había perdido a su hijo y aceptó su petición.
Tras la muerte de Aquiles, el guerrero más grande de la historia, los griegos decidieron utilizar la astucia para tomar Troya. Y fue aquí donde el ingenio y la agudeza mental de Ulises se mostraron como las armas más eficaces.
Ulises ideó la construcción de un enorme caballo de madera que ha quedado en la historia con el nombre del “Caballo de Troya” que enviaría como obsequio de paz y de final de la guerra entre griegos y troyanos, tras tantos años de luchas y penurias. Los griegos, que asediaban la ciudad de Troya, construyeron un enorme caballo de madera, se metieron en él y dejaron que los ingenuos troyanos lo introdujeran dentro de la ciudad creyendo que era un regalo. Los griegos habían quemado sus tiendas y les hicieron creer que Troya ya no sería tomada.
Al caer la noche, los griegos salieron del caballo y se unieron a sus compañeros que llegaban en barcos. Posteriormente, los troyanos despertaron para encontrarse su ciudad en llamas. Entre los pocos troyanos que consiguieron escapar de las llamas estaba Eneas, hijo de Anquises y Afrodita. Avisado por su madre, abandonó la ciudad con su hijo Ascanio y su anciano padre, llevándose con él los dioses de Troya. Finalmente, y tras varias peripecias narradas en la Eneida, Eneas llegó a Italia donde fundaría una nueva Troya más grande, llamada a dominar el mundo, pero que por deseo explícito de la diosa Hera no recibiría ese nombre, y en su lugar se llamaría Roma.
17. El Ciclo de Ulises: La Odisea:
En la Odisea estamos no sólo ante uno de los pilares de nuestra civilización, fuente inagotable de información histórica, mítica y religiosa, primer asiento de la literatura... sino ante un verdadero manual para la vida.
Terminada la guerra, Ulises decide marcharse cuanto antes de Troya. Está ansioso por llegar a Ítaca tras más de diez años de ausencia. Parte con Menelao pero discute con él y regresa junto a Agamenón, que está organizando un sacrificio a los dioses. Tras esto se hace a la mar. En ese instante se desata una tormenta terrible. Ulises pierde el rumbo, y de alguna forma sale del mundo conocido y penetra en otra dimensión de carácter mítico.
Llega hasta el país de los lotófagos, un pueblo que se alimenta de flores de loto. Quien las come olvida su propia identidad y no desea otra cosa que seguir comiendo loto. Algunos de sus hombres caen en esta trampa. Pero esto no es más que el principio, la breve estancia en el país de los lotófagos es una metáfora de lo que le espera a aquellos que abandonan sus metas y sus sueños, el reino del olvido. Las flores de loto podrían ser consideradas como las adicciones tales como las drogas a las que los hombres recurren para evadirse de sus problemas o experimentar sensaciones diferentes que al final terminan por destruirles.
-El Encuentro con Polifemo:
Su navegar errante le lleva a una isla solitaria en medio del mar, sus hombres están hambrientos y Ulises decide explorar la isla buscando algo de comer. Llega hasta una cueva de dimensiones gigantescas que sorprendentemente está repleta de quesos, y de otras provisiones, Ulises coge algunos cuando en este momento llega el dueño de la cueva, un cíclope llamado Polifemo. Polifemo se dedica al pastoreo de un pequeño rebaño lo cual explica la presencia de los quesos. Al entrar, tapa la entrada de la cueva con una roca gigante que sólo otro cíclope podría mover. Ulises le pide hospitalidad, en nombre de las leyes de Zeus, pero el cíclope sonríe de forma burlona y ante el espanto colectivo contempla cómo el cíclope devora a dos de sus compañeros y se acuesta a dormir, durante dos noches el cíclope repite su acto abominable y engulle a otros cuatro compañeros de Ulises.
Una noche Ulises decide tramar un ardid y le prepara vino para emborracharle, Ulises se presenta a si mismo con el nombre de “Nadie” y distrae y anima al cíclope hasta que éste se emborracha por completo, cuando el cíclope está totalmente ebrio con la ayuda de sus compañeros le clavan una estaca que habían estado afilando antes en su único ojo y lo dejan ciego. El cíclope despierta y grita dolorido. Acuden otros cíclopes a su casa para ver qué le ha pasado a lo que el cíclope en una aparente locura comienza a exclamar.
"¡Ah! Me atacan. Me han cegado"
"¿Quién ha hecho eso?"
"¡Nadie! Nadie me ha hecho esto"
Los cíclopes resoplan sin entender nada y deciden marcharse pensando que Polifemo sólo está bajo los efectos del alcohol, que como todo el mundo sabe perjudican seriamente la salud.
A la mañana siguiente los hombres de Ulises se atan a al barriga de los corderos que cuida Polifemo. El cíclope está en la entrada de la cueva y toca a todos los corderos que salen para que los griegos no escapen, mientras se lamenta por haber perdido la visión.
Ulises y los suyos llegan hasta su barco y desde allí Ulises se burla de Polifemo.
"¡Puedes decirles a todos que Ulises te ha cegado! ¡Ulises de Ítaca!"
Ese orgullo va a ser la perdición de Ulises. El orgullo, la “hybris”, el pecado imperdonable de los hombres por el que los dioses no mostraban clemencia. El padre de Polifemo es Poseidón, el poderosísimo e irascible dios de los mares. Poseidón maldice a Ulises y jura que jamás permitirá que el héroe griego regrese a su hogar. Homero nos muestra cómo el engreimiento, la autocomplacencia y el creerse superior puede acarrearnos las desgracias y los pesares más terribles, pues si hay algo que los griegos tenían presente en su religión era precisamente el “Conócete a ti mismo”, recuerda que eres mortal, y que cualquier éxito o empresa por grande que realices no está exenta de desmoronarse como un castillo de naipes, incluso los emperadores y los héroes de guerra romanos cuando recibían su desfile triunfal en la que eran recibidos como dioses y coronados con laurel tenían a su lado a una persona que les susurraba constantemente al oído “recuerda que eres mortal, recuerda que sigues siendo sólo un hombre”. Sólo de esa manera se evita lo que se ha llamado “morir de éxito” o la expresión de “dormirse en los laureles”, los laureles del triunfo, que adornaban la cabeza de aquellos elegidos por los dioses.
-Circe, la hechicera:
La siguiente isla con la que se topó Ulises no parecía mucho más acogedora que la del cíclope, una tierra salvaje, llena de leones y lobos, que sin embargo se mostraban extrañamente amistosos y buscaban la compañía humana. Ulises envía una expedición para ver si encuentran comida pero ninguno de sus hombres regresa, por lo que emprende una búsqueda de los que se han perdido junto a otros compañeros mientras el resto de la tripulación aguarda en la playa. En cierto momento de despiste en el que Ulises se queda solo recibe la visita divina de Hermes, el mensajero de los dioses, el cual le informa que se haya en el reino de Circe la hechicera, hija de Helios, la cual se divierte convirtiendo a todo el que aparece por allí en algún animalito como un león, un lobo o un oso. Hermes ofrece su ayuda a Ulises y le entrega una planta con la que poder sobrevivir al poder de Circe y salir adelante de esta prueba.
Ulises continúa su expedición hasta llegar al palacio de Circe, en el que se encuentra personalmente con la misma hechicera quien le recibe de forma hospitalaria. La hechicera le ofrece una copa de vino y Ulises acepta, momentos más tarde Circe se queda perpleja al ver que su magia no surte efecto y que Ulises conserva su forma humana, entonces el héroe de Ítaca la amenaza con su espada y la obliga a liberar a sus compañeros.
Habiendo vencido a Circe, Ulises permanece allí bastante tiempo, hasta que decide que ya es hora de partir. Con el tiempo Circe termina por encariñarse con Ulises, pero viendo que no puede impedirle su partida termina por resignarse y le aconseja que descienda al reino de Hades para consultar a Tiresias, el adivino más famoso de la historia.
Los embrujos de Circe nos enseñan cómo a lo largo de la vida nos podemos abandonar al disfrute de los placeres y la opulencia en exceso, de lo material y el consumismo vano, hasta el punto de perder nuestra propia humanidad, nuestra identidad y personalidad para convertirnos y comportarnos no como personas sino como animales y bestias salvajes.
-En el Reino de Hades:
Siguiendo las indicaciones de Circe, Ulises encuentra el camino para llegar hasta el mundo de los muertos donde para su pesar se encuentra con su madre Anticlea, que se ha suicidado por la tardanza de su hijo, habiendo perdido toda esperanza en su regreso. También habla con Aquiles el gran héroe griego quien le narra lo triste de su actual existencia como sombra en el más allá.
Al fin acude también Tiresias y a cambio de un poco de sangre de cordero tiene una visión para Ulises. Le dice que ha de atravesar una serie de obstáculos y de pruebas antes de regresar a su hogar, pero que de lograrlo no lo hará en su nave, sino en una nave extraña y tras haber perdido la vida de todos sus compañeros.
Afligido por esta predicción Ulises decide regresar a los brazos de Circe y le pregunta la manera de sortear los obstáculos que le aguardan. Por fin ambos se despiden pero en Circe brotaría la semilla de Ulises, la misma semilla que algún día y según algunos mitos habrá de acabar con su vida, pero en la Odisea de Homero nada se dice sobre eso.
En el descenso a los infiernos Ulises se enfrenta cara a cara con el mayor de los miedos del ser humano: la muerte. El misterio mismo de la vida, la pena y el recuerdo de los que ya no están con nosotros pero que siempre vivirán en nuestros corazones y en la memoria, la asunción de la muerte como una parte más de la vida, que no es más que un viaje mítico y fantástico lleno de aventuras increíbles como la Odisea de Ulises, una alegoría sobre el hombre y el misterio mismo de la vida humana.
Las sirenas que a diferencia de lo que muchos creen por las películas de Disney y la escultura más famosa de Dinamarca, tienen cuerpo de pájaro y cabeza de mujer según la mitología griega (y esta es mucho más antigua que la propia Dinamarca). Viven en una isla rodeada de cadáveres y esqueletos de barcos que han naufragado al encallar en los terribles acantilados donde habitan estos seres que atraen con su canto irresistible a aquellos incautos desprevenidos que se dejan seducir por ellos. Ulises ya está prevenido por Circe y ordena a sus compañeros que se tapen los oídos con cera, pero él que no puede resistirse a la curiosidad decide oír esos cantos de sirena pero asegurándose antes que no correrá peligro atándose al palo de la embarcación de la que ha ordenado que no le suelten por más que sus gestos o sus gritos así lo supliquen.
Ulises encarna la sed de conocimiento del ser humano, necesita saberlo todo, conocerlo todo, explorar e investigar aún arriesgando la propia vida, esa curiosidad que según el refrán mató al gato y que en la mitología hebrea le costó el paraíso a Adán y a Eva, es la base de la ciencia y de la evolución de la civilización y la cultura humana. Ulises escucha el canto de las sirenas, la promesa de sueños y utopías imposibles en la que los seres humanos a menudo suelen caer soñando con quimeras que pueden arrastrarlos hasta la muerte o lo que es aún peor, a una existencia vacía volcada en unos ideales que en última instancia nos hacen olvidarnos de lo más importante: vivir y disfrutar de la vida. De vivir no como los animales dedicados al disfrute hedonista de los placeres de Circe que hacen perder al hombre su propia humanidad, sino a vivir como personas, personas que vivan a pesar de ser concientes de su propia mortalidad simbolizada en ese encuentro en los infiernos con el más allá, a vivir a pesar de los infortunios sin dejarnos llevar por las flores de loto que nos hagan olvidarnos de nuestra propia existencia.
Las vacas de Helios:
Ulises se encuentra con la isla del dios del Sol en la que pacen un gran número de vacas, una por cada día del año y su número debe permanecer siempre constante sin aumentar ni disminuir.
Ulises prohíbe a sus compañeros que coman esas vacas por que son sagradas. Pero el tiempo pasa y las condiciones marítimas les impiden salir de la isla. La tripulación está cada vez más hambrienta y en un momento en el que Ulises se queda dormido mientras meditaba, sus compañeros matan varias vacas y se las comen. No son vacas corrientes, por lo que incluso después de haber sido troceadas no paran de mugir. Cuando Ulises se entera monta en cólera pero ya es demasiado tarde.
Sus compañeros están perdidos. Zeus les castiga y hunde su barco en medio de una gran tempestad provocada por el monstruo Caribdis de la que sólo Ulises se salva.
La Isla de Calipso:
Agotado y sucio, Ulises llega como un naufrago a una extraña isla en la que una mujer preciosa acude a socorrerlo. Se trata de la ninfa Calipso.
Calipso procede de la raíz griega kalyptein que significa “ocultar”. La isla está tan lejos del mundo que parece que está fuera de él. Sus habitantes están ocultos a todos.
Calipso le recoge, le lava y cura sus heridas dulcemente. Ulises se deja hacer. Calipso lo retiene en aquella isla alejada del mundo durante muchos años, se enamora de él y aspira a quedarse con él por toda la eternidad.
Pero en el Olimpo la diosa Atenea, la protectora de Ulises acude a su padre para solicitarle que Ulises vuelva al fin a su hogar donde Penélope y su hijo Telémaco ya convertido en un hombre le aguardan soportando los terribles padecimientos y ultrajes que sufren a manos de los pretendientes de la bella Penélope. Finalmente Zeus cede y envía a Hermes para que envíe un mensaje a Calipso.
Hermes se planta en la isla de Calipso y se entrevista con ella. Le comunica la decisión de Zeus: Ulises debe continuar su viaje y ella debe dejarle marchar, es Ulises y no ella quien debe decidir su propio destino. Ulises aún llora recordando su hogar y la hermosa Calipso se percata de ello. En un último intento por continuar al lado de Ulises Calipso le ofrece la inmortalidad, pero Ulises la rechaza dulcemente, pues lo único que ansía es regresar a su hogar y volver a ver a su familia, finalmente la dulce Calipso acepta la decisión de Ulises y decide ayudarle a construir una embarcación con la que poder regresar a su hogar.
La hermosa diosa le ve partir desde la playa viendo con lágrimas en los ojos cómo la embarcación se va perdiendo entre las olas alejándose más y más de su cándida mirada.
El Pueblo de los Feacios:
Poseidón, siempre atento, percibe cómo una pequeña embarcación penetra en sus dominios y se acerca a observar de quién se trata, cuando se percata de que es Ulises desata sobre él una terrible tormenta que a punto está de acabar con la vida de Ulises de no haber sido salvado este por la diosa Ino, protectora de los marineros en peligro. Ino se atreve a regalarle su cinturón que posee el don de evitar que se hunda aquel que lo lleve puesto. Ulises nada durante horas hasta llegar a la costa, arroja el cinturón al mar para que la diosa lo recoja y una vez allí, exhausto, se queda dormido.
Horas más tarde aparece un cortejo de doncellas entre las que se encuentra la princesa Nausiaca, hija de Alcínoo el rey de los feacios. Los feacios se encuentran a medio camino entre la humanidad y los dioses. Son mágicos y se dedican al transporte en unos extraños barcos que se mueven solos.
Atenea ha hecho que Nausiaca sueñe que un extranjero la desposará. Así que cuando Ulises despierta desnudo y se da a conocer, todas las muchachas huyen menos ella. Ulises le pide algo de ropa y hospitalidad, pues está hambriento y desnudo. Nausiaca asiente y espera mientras Ulises se lava en el río. Atenea hace que el Ulises que surge del río sea mucho más fuerte, más guapo, más alto, y más apuesto que el náufrago moribundo que llegara a las costas feacias.
Las doncellas se quedan con la boca abierta y Nausiaca sueña con su posible boda con el recién llegado. La princesa le aconseja sobre como llegar al palacio de sus padres y después se marcha pues no es adecuado que se vea a la hija de los reyes con un extranjero.
Ulises obedece las instrucciones de Nausica, pero por si acaso Atenea lo cubre con una nube que le hace invisible con la condición de que no mire a los ojos de la gente con la que se encuentre. Una vez en el palacio, Atenea le hace otra vez visible y Ulises se arroja a las rodillas de la reina, suplicando hospitalidad. La reina, Arete, se compadece y le acoge.
Durante la cena, un poeta canta las alabanzas de los héroes de Troya. Así es como Ulises conoce las desventuras de muchos de sus compañeros. Oculta su rostro y llora disimuladamente. La reina le descubre y le pregunta por qué llora, aunque ya lo sospecha.
"Soy Ulises" dice y les cuenta sus desventuras. Luego les pide que le lleven a casa. Los feacios acceden, aunque antes de partir Alcínoo le pide que se quede y se case con su hija. Ulises rechazada educadamente tan noble oferta pues lo único que desea su corazón es regresar a su hogar, a lo cual acceden de buena voluntad los feacios.
Poseidón calma al fin su ira contra Ulises, y una vez que Ulises vuelve al mundo de los mortales obstruye el estrecho que comunica las tierras de los feacios con las del mundo mortal.
-Ítaca la patria de Ulises:
Durante la larga ausencia de Ulises que ascendía ya a más de veinte años, Penélope aguardó fiel el regreso de su marido mientras duraba la guerra de Troya. Comenzó a preocuparse al ver que todos habían regresado y Ulises no, y empezó a extenderse el rumor de que Ulises había muerto.
Muchos aspiran a asentarse en le trono de Ítaca, y para evitar una guerra por la sucesión consideran que la mejor forma es casarse con Penélope. Uno tras otro se presentan en la hacienda de Ulises y allí se quedan, esperando a que Penélope se decida a elegir uno de los pretendientes. Penélope no puede echarlos y Telémaco no es todavía más que un adolescente. Ha de soportar que se coman sus cosechas y sus animales y que se acuesten en el patio con sus esclavas.
Albergando la esperanza de volver a ver a su marido, Penélope les pone todo tipo de excusas para no elegir. Al final les dice que elegirá al candidato cuando termine de tejer un bordado. Por el día teje y por la noche deshace lo tejido tratando así de alargar una espera que parece hacerse eterna. Durante dos años el ardid de Penélope surte efecto pero una esclava traicionera al descubrir los ardides de su ama la delata a uno de los pretendientes con los que mantiene relaciones.
Mientras tanto Telémaco va creciendo hasta convertirse en todo un hombre lleno de juventud y de energías. Atenea le insta a que no se quede quieto en la isla y que emprenda un viaje para recibir noticias de su padre, de esa forma Telémaco visita la corte de Menelao y de Néstor, los cuales no saben nada a cerca del destino de Ulises tras la guerra de Troya. Telémaco por fin regresa y gracias a Atenea evita la trampa que los pretendientes al trono le habían tendido para acabar con su vida.
Movido por su natural ingenio, Ulises decide ser prudente y no mostrarse tal y como es hasta asegurarse de quienes le recibirán bien y quienes no. Atenea le da el aspecto de un mendigo y así llega a su hogar. Allí los pretendientes campan a sus anchas y nadie se siente capaz de detenerlos. Una vez visto el panorama, Ulises medita un plan para poner las cosas en orden en su propia casa.
Se refugia en la cabaña del porquerizo del palacio, que le sigue siendo fiel. Allí es donde se encuentra con Telémaco, ambos se sientan y conversan y llegado el momento, Ulises le dice quién es en realidad. Telémaco mira al mendigo con escepticismo y en ese instante Atenea le devuelve su figura habitual, y entonces Telémaco todavía sobrecogido y emocionado le cree y entre los dos urden un plan contra los pretendientes.
-La Venganza de Ulises:
Ulises, disfrazado de mendigo, y Telémaco regresan al palacio. Ulises observa, ayudado por Telémaco, quienes le siguen fieles y quienes no. Penélope los ve y se acerca. Pregunta al mendigo por Ulises, como hace a todos los viajeros. Ulises le miente. Le cuenta que vio a Ulises al principio de la guerra. Inmediatamente, Penélope le toma simpatía y manda a una sirvienta que le lave los pies. La sirvienta es Euriclea, la antigua nodriza de Ulises. Ulises sabe que le reconocerá cuando vea en su pantorrilla una cicatriz que tiene desde pequeño, y así es, Euriclea no tarda en reconocer a su señor pero calla por orden de Ulises y se marcha de allí, incapaz de ocultar lo que siente.
Los pretendientes siguen acosando a Penélope y ésta ya desesperada y sin saber qué hacer propone lo siguiente: aquel que sea capaz de tensar el arco de Ulises, será el elegido para desposarla.
Al principio todos comienzan a fanfarronear pero la competición no es tan simple como parecía pues todos los pretendientes lo intentan sin conseguirlo. Penélope sonríe. Mientras, Telémaco y Ulises han ido cerrando las puertas de la sala.
Telémaco también lo intenta y por poco lo consigue pero al final falla y sólo obtiene las burlas de los pretendientes. En ese instante una voz sale de un rincón perdido en la sala:
"Yo también voy a intentarlo" dice el mendigo que es Ulises. Los pretendientes le arrojan objetos y le desprecian, incluso le amenazan de muerte pero Penélope sale a defenderlo.
"Si este hombre lo consigue, le colmaré de riquezas y regalos" dice. Luego se retira a descansar.
Ulises va tensando el arco y Telémaco termina de cerrar las puertas. Con una facilidad asombrosa, Ulises consigue tensar el arco, pone una flecha y apunta a un pretendiente. Atenea le devuelve su aspecto y se inicia una carnicería en la que Ulises hace justicia y elimina a uno tras otro a todos los pretendientes y los traidores con la ayuda de su hijo Telémaco.

La Victoria de Ulises:
Penélope descansa en su habitación. Pero le despiertan los gritos de las sirvientas. Euriclea entra en la habitación como una exhalación.
"¿Qué haces aquí dormida? Levántate, mujer. Ulises ha vuelto"
Penélope baja para encontrar a su hijo charlando animadamente con un desconocido que se parece mucho a Ulises. Pero ella es prudente. Todos le reprochan su corazón de piedra sin saber que ese corazón es el que le ha permitido sobrevivir a las injurias de los pretendientes.
Decide probar al desconocido, tenderle una trampa. Se vuelve y le dice a un criado que bajen la cama de Ulises hasta allí porque no piensa dormir con él. Ulises se indigna y la mira como a una fiera.
"¿Te has vuelto loca Penélope? Mi cama no se puede mover. Uno de sus pilares es un olivo que yo mismo sembré"
Ulises ha probado su identidad y Penélope se derrumba entre incredulidad, alegría y llanto.
Ulises va a ver a su padre Laertes. Al principio el viejo no le reconoce y una vez más Ulises tiene que probar quien es. Luego los dos regresan a Palacio.
Tumbados en la cama, Penélope y Ulises se cuentan sus aventuras. Y Atenea la diosa de la sabiduría, les permite la licencia de que aquella noche en la que ambos esposos vuelven a yacer juntos tras tantos años de separación y de angustias sea más larga de lo habitual.

No hay comentarios:

Publicar un comentario